Vivimos una sociedad en la que las noticias virtualmente vuelan. En pocos minutos podemos conocer, gracias a la televisión y al Internet, lo que está sucediendo al otro lado del mundo. Incluso, las noticias pueden ser anticipadas. Por peligro que pudieran entrañar, son cubiertas desde el escenario de los hechos. CNN, por ejemplo, consolidó su liderazgo noticioso mundial cuando transmitió paso a paso la guerra del Golfo.
Un choque de trenes en la India deja varias decenas de muertos y proporciona temas para varios días de noticias. Inundaciones, incendios, secuestros, llenan los informativos y las primeras páginas de los medios. Pero, más allá de la legítima necesidad de información que tiene la sociedad y de la libertad con que debe ser entregada al público, está el show mediático. Los hechos se conocen por su impacto como espectáculos de masas. Y eso los deforma y a veces los pervierte.
El caso del rescate de los 33 mineros del campamento Esperanza en Chile es un ejemplo paradigmático de esta realidad. La noticia del derrumbamiento de la mina y su situación de entrampados a más de 600 metros fue una noticia importante, sin duda; el haberlos descubierto vivos fue aún mejor; pero su rescate ha batido todos los récords.
Los mensajes de los mineros, su estado de salud, el cómo ocupaban el tiempo, la expectativa de sus familias, los preparativos técnicos y el procedimiento de su traída a superficie han sido objeto de minuciosa información. También lo ha sido su vida pasada, sus ‘hobbies’, sus amantes y antecedentes deportivos. En un momento, los noticieros parecían más bien una telenovela o un “culebrón” interminable de esos que azotan nuestras horas televisivas.
Está muy bien la precisión tecnológica y lo que llaman el “lado humano” del periodismo, pero la verdad es que toda la parafernalia informativa dejó de lado temas de fondo que deben surgir en casos como este. No ha habido, por ejemplo, sino escasísima cobertura de las causas del desastre. Alguna responsabilidad debe haber en la seguridad de las explotaciones mineras, pero no se la ha explicitado.
La situación debió llamar a los medios a considerar las condiciones cotidianas del trabajo de los mineros, con sus peligros, tensiones y hasta amenazas de enfermedades. Me pregunto: ¿Las inversiones tecnológicas para garantizar la seguridad de los mineros serán tan importantes y actualizadas como las que se han hecho para rescatar a este grupo? ¿No parece escandaloso que se haya hablado más de las reacciones de la esposa y la amante de un minero, antes que de los pronunciamientos de los sindicatos sobre seguridad en el trabajo? Y, desde luego, desastres como el que han vivido los mineros en Chile tienen historia. Y no se han contado las historias de los trabajadores que han sacrificado sus vidas por siglos en el desarrollo del capitalismo.