Tengo la sensación de que nos dedicamos más a hablar de sexo que a tener sexo. Así, mustios y antojados, pasamos por la vida haciendo diagnósticos, repitiendo lugares comunes, cifras (de duración o medida) y recetas que ni siquiera sabemos si funcionan porque únicamente estamos dedicados a hablar del tema, en lugar de ponerle el cuerpo al asunto.
Hace unos días me topé con dos artículos sobre sexo en los diarios. En ambos casos, las notas estaban plagadas de fórmulas (aburridas, por predecibles); las leí por morbo, solo para confirmar que lo que ahí se decía era lo mismo de siempre.
Este prejuicio mío nace de que hay una modalidad del sexo oral que encuentro inútil: la que es literal, es decir aquella en la que la teoría manda. Por eso no me gusta leer ni hablar de sexo. Prefiero tenerlo, sin que de por medio haya ningún protocolo, cronómetro o fin superior…
Y estaba yo elucubrando sobre estos menesteres cuando caí en cuenta de que exactamente igual nos pasa con la política. No hay sitio ni momento en el que no estemos hablando de política o de los políticos; ya sea para criticar con furia o alabar con fervor, que al parecer son las dos únicas opciones en las que se han encasillado nuestras mentes binarias. Pero si de hacer política se trata, ahí sí que no cuenten con nosotros.
No estoy diciendo que fundemos un partido en cada esquina ni que nos subamos a una tarima a prometer a sabiendas de que no podremos cumplir, sino de que utilicemos las herramientas que la democracia nos da para participar, para hacernos responsables de lo que nos pasa, en lugar de gastar saliva lamentándonos o, peor aún, de hacernos los desentendidos.
Vamos con un ejemplo del día. Hoy nos jugamos en la Asamblea algo vital: la libertad de expresión de absolutamente todos, y quisiera saber cuántos de nosotros hemos hecho algo concreto, palpable (que no sea solo bla-bla, es decir pura paja, si me permiten la analogía) para que este país no involucione.
Poder hacer, podemos; por mencionar una de las tantas opciones, existe algo llamado revocatoria de mandato que todos podríamos haber solicitado si ya sabíamos (como desde hace dos años y medio) que nuestros empleados en la Asamblea –antes diputados, hoy asambleístas– se venían tomando a manera de chiste el tema.
Es que si no estamos dispuestos a meterle el cuerpo a la política, otros (marketeros y oportunistas políticos) seguirán sometiéndonos a sus recetas, sus consejos, sus ideas del mundo, sin que podamos hacer nada al respecto, viviendo en una triste impotencia/frigidez social; igual que en el más gris de los panoramas sexuales, creyendo lo que gurús de pacotilla andan diciendo por aquí y por allá, y que obviamente no tiene porqué aplicar para todos ni en todos los casos. Así que menos bla-bla y más cha-cha-chá.