La iniciativa más verde de esta administración no madurará: el Yasuní es un mito por falta de interés internacional. USD 3 600 millones a recaudar y recibidos, ni 4 (web del PNUD). A ese ritmo la meta se alcanzaría el año 3 000, o mínimo en 2 generaciones: los donantes han prometido 113 millones, pero esas ofertas se cumplen poco (vean cuánto llegó de lo prometido para Afganistán o Haití). Un ajuste contable de promesas en diciembre extendió su precaria vida.
Mientras, continúa el desastre ecológico en los pulmones de millones de ecuatorianos que respiran ese hollín que negrea casas y calles. El IHT reporta que los niveles de CO2 en México DF son tan altos que respirar equivale a fumarse 40 cigarrillos al día ¿Cuántos serán en Quito o Guayaquil? ¿Cuántos cánceres evitables?
El Yasuní es un tema sexi que permite lavarse las manos sobre la ecología a un ministerio con magros resultados. Siguen contaminadísimos los ríos cercanos a nuestras ciudades. Sin solución el “manejo” de la basura urbana, la química y de plásticos. El uso de energías alternativas, limitadísimo. La deforestación continúa alarmantemente (17% menos árboles entre 2000-2010). La contaminación afecta seriamente la salud y qué decir de los cánceres producidos por los asbestos en nuestras construcciones (sin una campaña para removerlos y prohibirlos).
Eso sí, la propuesta Yasuní justifica que burócratas viajen a foros gozando de viáticos de 5 estrellas. O que unas damas suden el circuito Chanel (París, Londres, NY). Mientras a los verdaderos ecologistas se les ha distraído con tan bien publicitada y carísima campaña, se mantiene un subsidio negro para el uso y abuso de la gasolina, diésel y gas. Le tomó 5 años al Gobierno mejorar la calidad de los combustibles; loable, pero insuficiente.
El galón de gasolina cuesta USD 8 en Inglaterra y Noruega, ambos productores de petróleo. La mayoría de europeos pagan un impuesto ecológico, que llega a USD 3 por galón en Alemania e Inglaterra. Se entiende por qué el Gobierno alemán y otros donantes duden en Yasunizarse cuando se enteran de que los consumidores acá no solo no pagan impuestos verdes sobre la gasolina, sino el Gobierno subsidia su consumo y la multiplicación del parque automotor. Las cuñas del Yasuní no pueden camuflar el irrespeto por los derechos de la naturaleza en nuestras ciudades.
Parecería mejor aprovechar el petróleo bajo estrictas condiciones: con auditorías ambientales independientes y multas millonarias para las petroleras que violen las normas, como en Brasil (Chevron) y EUA (BP). Con una ley que sancione que el 50% de los recursos del ITT se gaste en mejorar nuestro ambiente y terminar los subsidios a los combustibles, manteniéndolos para los más pobres. El restante en combatir insalubridad e inseguridad, estos sí reales elementos del buen vivir.