Para enfrentar “la amenaza extraordinaria e inusual a la seguridad nacional y a la política externa de Estados Unidos que representa la situación en Venezuela”, el Presidente declaró la semana pasada al país en “estado de emergencia nacional”.
No fue Richard Nixon, hablando sobre Chile durante la presidencia de Salvador Allende, ni Ronald Reagan justificando la guerra contra los sandinistas en Nicaragua en los 80. Sucedió la semana pasada y el autor del desatino fue Barack Obama. Sus voceros se apresuraron a informar que el lenguaje empleado no era sino una formalidad necesaria para implementar las sanciones. Que no había que tomarse tan en serio el asunto de la amenaza a la seguridad nacional ni de la emergencia. ¿Entonces para qué tanta alharaca?
Ni tardos ni perezosos, Nicolás Maduro y su comparsa latinoamericana condenaron el ataque verbal, y Maduro lo aprovechó para dar otra vuelta a la tuerca al autoritarismo al obtener una ley habilitante “antiimperialista” que le permitirá gobernar por decreto durante el 2015. Amenazante, Cabello ha anunciado que “quien no esté dispuesto a defender la patria, seguramente está dispuesto a ser un traidor… y como tal debe ser tratado”.
La oposición venezolana ha optado por bajarle el volumen a la estridente declaración. Queriendo restarle su carácter ominoso, El Nacional describe la reacción del Gobierno como “una guerra boba, una conflagración imaginaria manipulada con fines electoreros y que, si no parte de una premeditada y maliciosa interpretación de las medidas adoptadas por Barack Obama, implicaría que nuestra Cancillería es un reducto de incapaces”.
Boba o no la guerra, a Charles Shapiro, exembajador de Estados Unidos en Venezuela, le parece que el lenguaje utilizado por el presidente Obama para justificar las sanciones “no es muy inteligente. En Venezuela es un enorme regalo a Maduro”.
Parecida ha sido la reacción de Michael Shifter, presidente del Diálogo Interamericano en Washington D. C. “Venezuela es un desastre, pero nadie cree seriamente que representa una amenaza para la seguridad nacional de EE.UU. Incluso cuando los poderes de Hugo Chávez estaban en plenitud y tenía ambiciones regionales y globales, la administración de George W. Bush nunca empleó este tipo de lenguaje, que es poco feliz, muy inflado y que ya ha demostrado ser costoso”.
En América Latina, la reacción evidencia preocupación. “No es fácil entender por qué la administración de Obama dice estas cosas –me dice el expresidente de Colombia César Gaviria–, es una acción inconsistente con el resto de su política exterior”.
Enrique Berruga, exembajador de México ante Naciones Unidas, añade: “Aunque se desatara una guerra civil en Venezuela, los efectos sobre Estados Unidos no irían más allá de algún impacto en los precios del petróleo y alguna presión migratoria de venezolanos que intenten ir a Estados Unidos”.
Con esta orden, Obama ha enturbiado el acercamiento a Cuba y a todo el hemisferio,pues en un mes se celebrará la Cumbre de las Américas, que tantas expectativas ha despertado por el deshielo entre Cuba y EE.UU.