Culminó la VI Cumbre de las Américas, que esta vez tuvo lugar en Cartagena-Colombia. La reunión estuvo marcada por las discrepancias sobre la presencia de Cuba en estas citas. El Presidente americano ha sido enfático: “para participar de estas cumbres el requisito es cumplir la Carta Democrática de la Organización de los Estados Americanos (OEA) y respetar los derechos humanos. Y Cuba elige no hacerlo”… ha dicho, fin de cita. Para muchos esta debe ser la prueba mayúscula de la soberbia norteamericana, que desea imponer su visión de cómo debe ser una democracia. Pero el asunto va más allá. El discurso del presidente Obama no está dirigido a los latinoamericanos, sino a los políticos y ciudadanos estadounidenses en pleno año de elecciones presidenciales. Jamás se podría esperar de un candidato a la Presidencia de la nación más poderosa de la tierra expresiones distintas a las emitidas por el Mandatario americano, a despecho de miles de personas que creyeron que con su presencia en la Casa Blanca muchas cosas iban a cambiar en materia de política internacional. La Cumbre confirmó lo que es conocido: la poca relevancia que para los dos países del norte, EE.UU. y Canadá, tiene la región.
No debería ser así, pero los hechos confirman lo contrario. El gran problema para estos países radica en el tema migratorio. Más allá de eso, la región no les debe provocar mayores dolores de cabeza a los que dirigen la política internacional americana. Luego de la casi derrota de la guerrilla colombiana, desprestigiadas al máximo por su acción violenta y deshumanizada, a más de unos pocos países díscolos, América Latina no es un foco de preocupación inmediato. La atención la concentran en Oriente Medio, el ascenso de los fundamentalismos, la situación norcoreana y la presencia del gigante chino que cada vez pesa más en la escena mundial.
La visita a Cartagena no ha sido sino el acto formal de un candidato que desea atraer al electorado hispano de su propio país. A más del tema de Cuba, ha sido tajante en que no están dispuestos a tratar sobre la despenalización del tráfico de estupefacientes; y, ha dejado claro que no será un interlocutor ante Gran Bretaña en el conflicto de las Malvinas. Indiscutiblemente, una es la percepción desde lo latinoamericano y otra desde el norte.
La situación no cambiará mayormente si la región no adquiere más peso específico en el mundo global. Si el conjunto de países al sur del Río Bravo siguen representando en el futuro cerca del 15% del PIB mundial, lo que hagan o dejen de hacer poco incidirá en los centros de poder. Salvo la presencia de algún evento, si se mantiene la situación bien podría ser la última cumbre con países anglosajones, peor si se les quiere imponer agendas. Asunto del que no habrá que preocuparse porque los resultados prácticos de las mismas, a la luz de lo sucedido, han sido inocuos.