Uno de los aspectos menos promovidos en la función pública es el del servicio. Se pretende dar la impresión que quien tiene el poder no puede ponerse a la altura del pueblo que lo votó para dicha tarea. La soberbia en el ejercicio de la función es tan grande que emperadores como Julio César dicen que tenía una persona que cada mañana le recordaba su condición de humano y por lo tanto falible. No es fácil hacerle entender al Mandatario que su condición de servidor público lo hace sirviente de sus mandantes que constituyen la sociedad en su conjunto. La soberbia por un lado, el resentimiento por el otro o el odio como mecanismo de atemorizar al adversario no resultan comprensibles para quienes entendemos que el poder solo se legitima en el servicio y que es ahí donde cobra sentido y proyección. Vale en función directa de comprender la real ecuación del poder y su dirección social.
Nuestra historia colonial impregnada de autoritarismo y sometimiento ha dejado profundas huellas en nuestras ya no tan jóvenes democracias donde el poder es sinónimo de abuso y pareciera que si así no lo fuera no ejercita en realidad el poder quien circunstancialmente lo tiene. La reflexión sobre este verdadero sentido casi siempre llega después de haber dejado de ejercer el mismo y generalmente desde un ingrato exilio donde el Mandatario rumia en silencio y con angustia todos los errores que acabaron con su Gobierno. Los ciudadanos en democracia suelen evitar este tipo de finales haciendo uso de la crítica y de la contestación al poder que tienen que estar garantizados en cualquier democracia definida como tal. Nada favorece tanto el desarrollo del autoritarismo como el uso abusivo de la norma para cercenar al adversario de ocasión de su necesaria crítica que permite mejorar la gestión por un lado y por el otro pellizcar al poder de turno el recordatorio de su condición humana.
La prensa se convierte en este camino en un valioso aliado no solo para la salud de la democracia sino para el propio poder de ocasión que puede usar sus denuncias de corrupción para mejorar el sistema e incluso, el uso abusivo de la libertad de expresión prohíja al interior de la democracia un debate más que necesario sobre todos los actores de ella. Así lo entendieron fallos judiciales en otros países que sentaron una jurisprudencia en ese sentido en especial cuando de analizar la malicia o no de la prensa en el abordaje de un determinado tema o sujeto.
Es probablemente este el mejor de los tiempos para construir un contrato social donde el poder se someta a la norma y que su condición de servidor transforme la soberbia del mandar por el sentido verdadero del poder que es el de servir al ciudadano. Para eso se requiere grandeza, humildad pero por sobre todo: conciencia democrática.