Una sociedad a la medida del hombre e inspirada en la Doctrina Social de la Iglesia deberá cultivar algunas sensibilidades irrenunciables.
1. La sensibilidad ante las víctimas económicas. Más allá del discurso oficial, son muchos los que todavía no tienen acceso a una vida digna. No es necesario esperar al invierno para darse cuenta del sufrimiento de tantos hombres y mujeres humildes. La teoría del buen vivir se queda pálida ante la inequidad y la exclusión de los más pobres. Pienso en mi provincia lojana: en estos años el mapa empresarial de Loja apenas ha cambiado, la inversión productiva ha sido escasa. Los campesinos mantienen una economía de subsistencia y la mayoría de los jóvenes tienen que buscarse la vida fuera y lejos. Abandonar un ideal de justicia y equidad es signo de naufragio.
2. La sensibilidad ante las víctimas de la injusticia. Cuando estas se mantienen, ni los pobres pueden redimirse ni los poderosos pueden mantener su ética personal. Esto afecta de forma especial al ejercicio de la justicia. Politizarla o parcializarla sin garantizar su independencia, sin proporcionalidad y sin el debido proceso, sigue siendo signo de naufragio. Me remito nuevamente a mi querida Loja: buscan un chivo expiatorio de doce neonatos que no llegaron a vivir… Nadie ha puesto el dedo en la llaga (¡ese sí que es daño espiritual!) de doce madres rotas y anónimas, víctimas de un sistema de salud que tiene sus propios responsables.
3. La sensibilidad ante las víctimas de la cultura dominante. Me refiero especialmente a los jóvenes, víctimas del halago y de un consumo exacerbado. Hoy muchos piensan que todo vale con tal de tener plata y de gozar de la vida, con tal de apurar el momento presente, ajenos a un futuro solidario. Entretenidos en exceso, pero poco críticos ante la aplanadora del bienestar. La vacuna ante esto siempre será la calidad de la fe y de la educación que el Estado tiene que garantizar a todos de forma equitativa e incluyente. ¡Bienvenido sea el control de calidad!, pero no desde el control ideológico del Estado, sino desde la afirmación de los valores éticos capaces de sostener la vida humana. Lo cierto es que el fracaso educativo también nos lleva al naufragio.
Espero y deseo que nuestros políticos y administradores públicos no se olviden de que no estamos solo ante problemas técnicos o de manejo del poder, sino ante problemas éticos que, al final, son siempre la garantía del éxito o la causa del naufragio de todo proyecto humano.
4. La sensibilidad ante las víctimas de la violencia ¿cómo ignorar la amenaza del narcotráfico, del crimen organizado, de la inseguridad ciudadana? ¿Cómo olvidarse de la violencia doméstica, del maltrato de la mujer, del abuso de los pequeños? Una sociedad democrática que se olvida de las víctimas acaba perdiendo toda legitimidad.
Meditar estas cosas puede ser un buen ejercicio cuaresmal.