El significado de ciertas palabras, su identificación y entendimiento, no solo lo indagamos en el diccionario, también lo aprendemos –con eficaz didáctica- de la repetición de costumbres que cotidianamente miramos en el entorno. Entonces, sin necesidad de mayor explicación ni de erudita consulta, al oír esas palabras, las deducimos acertadamente.
Tal semántico fenómeno se ha agudizado en los últimos tiempos y ha permitido, además, que brote cierta “capacidad” de vincular esas palabras con valores o anti valores; por ejemplo: “militar”, la identificamos con disciplina, táctica, orden; “pelucón” -tan utilizada actualmente-, describe a un personaje con alto estatus pecuniario, despreocupado de sus congéneres, con quemeimportismo, apoltronamiento y gran codicia; al terrorismo lo cotejamos con dolor, muerte y sufrimiento.
“Política” es un término que algunos nos han ido enseñando con acierto. Se ha degradado tanto. ¿Causantes? Aquellos que la degeneraron con perversidad extrema. Lo peor es que lograron denigrar también a varios términos relacionados con ella: “democracia”, “estado”, “justicia”, “libertad”, “derecho” y… otras que, ingenuamente, se percibían –antes- diáfanas y tan anheladas.
Debido al escenario politiquero que vamos soportando y a las jugarretas de las que somos testigos, vísperas de elecciones, podemos colegir que “política” es, hoy por hoy, uno de esos términos que consigue copiosas analogías y equivalencias. Semántica es la “disciplina que estudia el significado de las unidades lingüísticas y de sus combinaciones”. Gracias a ella nos sobran palabras que conciertan con la política –tal como se la percibe-: desconfianza, triquiñuela, engaño, insulto, intriga, difamación, acomodo, contubernio, ambición, mentira, manipulación, calumnia, traición, corrupción, oportunismo, veleidad, cizaña, confabulación, disputa, apariencia, maquillaje, trampa.
Winston Churchill describía a los cultores de la política, así: “El político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene; y de explicar después por qué fue que no ocurrió lo que él predijo”.
Las prácticas y la realidad de la política, así, no resultan felices para nadie. De allí que constituye un reto grande -que lo consideramos complicado afrontar- limpiar esas acepciones. ¿Para quiénes va ese reto? Para todos los que están hilvanando estrategias y ardides para las siguientes elecciones; para que nos demuestren que la búsqueda y consecución del poder político sí la podrían ejecutar de manera limpia, para que sea un camino, un medio para servir, y no -como hemos sido testigos de la historia- para beneficio de ciertos amos y señores, esos que postraron al país, que lo sumergieron en el subdesarrollo con taras crónicas de nación rezagada y perezosa.