En los países de población cristiana, durante la “Semana mayor” se expresan con fuerza la fe y las tradiciones de los pueblos. En algunos lugares, inclusive, se han convertido en atractivo turístico. Las ceremonias religiosas, los actos culturales, las costumbres, hasta la gastronomía, contribuyen para ello. Así sucede, por ejemplo, en Sevilla y otras ciudades de España, para no mencionar los llamados “Santos lugares” de Palestina.
En la Semana Santa se celebran actos de vieja raíz colonial con otros que se fueron creando en el siglo XX. Juntos forman un cuerpo de tradiciones que expresan la vida religiosa, la cultura y la identidad de los pueblos. La preservación y la continua creación del legado histórico se han convertido no solo en formas de culto popular arraigado, sino en grandes atractivos para los visitantes.
En Quito, la Semana Santa ha llegado a ser una celebración de gran contenido e interés, que está en condiciones de presentarse ante el mundo como un motivo para visitar la ciudad. Además de su riquísimo centro histórico, de sus atractivos modernos, de la “Mitad del mundo” y la cercanía a otros lugares, inclusive la Amazonía, la Semana Santa quiteña tiene actos específicos de gran interés.
Por una parte, están las tradiciones antiguas. La “bendición de los ramos” se realiza el domingo con gran afluencia popular, ahora felizmente con menos depredación de una planta tradicional en peligro de extinción. La “reseña” o “batida de la bandera” es una ceremonia imponente del rito toledano, venido de España, que solo se celebra en la catedral de Quito el miércoles santo, ya que ha desaparecido en el mundo. La “adoración de la cruz” del viernes, la ceremonia de las “tinieblas” y la “celebración de la luz” del sábado de gloria han conservando algunas tradiciones luego de las reformas del Concilio Vaticano II.
A las celebraciones antiguas se sumaron otras desde los años sesenta del siglo XX, como el culto a Jesús del Gran Poder y la procesión del Viernes Santo, con los “cucuruchos” de su cofradía. Surgió junto a la reactivación de las corridas de toros y la invención de las fiestas de Quito en diciembre. En años posteriores se han introducido nuevos actos como la “procesión del silencio”, ahora también tradicional.
Paralelamente, se organizan conciertos sacros, exposiciones y visitas especiales, que hoy complementan el interés por la Semana Santa para propios y extraños. Esto es importante, porque las expresiones de la cultura y la religiosidad deben continuar siendo, primero motivo de participación de los propios pobladores y luego atractivo para visitantes que dinamizan el sector turístico. Potenciar a la Semana Santa quiteña como evento mundial es una realidad que viene desde adentro. Es auténtica. Por eso es ahora tan rica. Y tiene futuro.