Semana cargada

Esta semana ha sido rica en acontecimientos que, mirados objetivamente, darían argumentos para sostener que en América Latina se está dibujando una nueva etapa de importantes cambios en la orientación política general de la región:

El acuerdo de “paz estable y duradera” entre el gobierno de Colombia y las FARC permitirá a ese país iniciar un proceso inédito de construcción de una sociedad democrática, con exclusión definitiva del recurso a las armas y a la violencia como método de acción política. Colombia acelerará su exitoso proceso de desarrollo y acrecentará su importancia geopolítica en toda la región. El camino, aunque plagado de peligros y acechanzas, le está abierto.

El Ecuador, que ha hecho bien al congratularse por la paz concertada, deberá estar atento a los peligros que le plantearán los disidentes de las FARC opuestos al acuerdo que, dejando de lado su careta política, continuarán sus actividades delictivas vinculadas al tráfico de drogas. Blindar militarmente la frontera no sería ni practicable ni suficiente: el gobierno deberá aplicar una política polifacética en la que los componentes económicos y sociales habrán de jugar un papel preponderante.

Si el marxismo prevaleció omnipotente en el imperio soviético durante ocho décadas antes de caer destruido por las falacias de su doctrina y la constatación de sus abusos y sus errores, en nuestro hemisferio, en poco más de una década los desilusionados pueblos han podido constatar el estruendoso fracaso de un trasnochado socialismo injertado artificialmente en el siglo XXI.
La destitución de la presidenta del Brasil se concretó, más allá de los argumentos legales aducidos, por la crisis económica en la que se ha sumido el gigante brasileño y los escándalos de corrupción denunciados. Los socialistas del siglo XXI la han considerado “un golpe de estado encubierto”. El gobierno del Ecuador se solidarizó con la señora Roussef y dejó su Embajada a cargo de un tercer secretario, enervando imprudentemente sus relaciones con el nuevo gobierno brasileño.

Poco antes, la legislatura ecuatoriana, aduciendo “respeto a las decisiones soberanas” de Venezuela, prácticamente justificó la expulsión de dos asambleístas que visitaban Caracas. ¿No hay incoherencia entre esta actitud y el rechazo a la decisión parlamentaria de destituir a la señora Roussef?

El pueblo venezolano, ante la sordera gubernamental, ha resuelto salir nuevamente a las calles. Tomó pacíficamente la ciudad de Caracas y anuncia que no cejará en su empeño de activar la revocatoria del régimen de Maduro.

Por último, es difícil valorar las razones que
habrán inducido al presidente de México a invitar al candidato Donald Trump, cuyos agravios al pueblo azteca son públicos, a conversar sobre políticas migratorias.
¡Qué semanita!

jayala@elcomercio.org

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