El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, acaba de pasar por Cuba. Ha sido un hecho histórico no solo porque abre el camino para la normalización de relaciones entre ambos países, sino porque pone fin a una larga y tensa confrontación que se extendió desde los años sesenta, meses después de que fuera depuesto el presidente Batista y se instaurara en la isla un régimen comunista.
Ambos países estuvieron enfrentados por años en América Latina. Al régimen cubano se le endilgaba el financiamiento y apoyo de grupos guerrilleros mientras que a Estados Unidos el apoyo a dictaduras y regímenes militares en la región. Incluso en plena Guerra Fría, Cuba -con el respaldo de la Unión Soviética- estuvo a punto de llevar al mundo a una guerra nuclear con Estados Unidos.
Aunque la caída del Muro de Berlín, en noviembre de 1989, marcó el fin de la Guerra Fría y con ello del comunismo a nivel mundial, Cuba, a diferencia de Rusia y de otros países de Europa del Este, mantuvo prácticamente intacto su sistema. El financiamiento que antes recibía de la Unión Soviética se acabó. Si no hubiese sido luego por el apoyo que recibió de Venezuela en cuanto a suministro casi gratuito de petróleo, el colapso del régimen castrista se hubiese dado mucho antes.
Este acercamiento de Cuba a Estados Unidos no ha pasado por un proceso de reconocimiento de los errores cometidos en estos 57 años de “revolución” en aspectos relacionados con el manejo económico o político, el abuso de poder, la limitación de las libertades y violación de los derechos humanos. No. Ha sido una decisión pragmática y realista que han dado los Castro para ganar tiempo. Es decir, abrir la economía, reconociendo a regañadientes que el modelo impuesto en la isla fue un fracaso, pero manteniendo un sistema político cerrado, con férreo control, con pocas posibilidades de evolucionar hacia una democracia moderna.
De esto es consciente Obama. Sin embargo, en lugar de reforzar la política del bloqueo, que nunca funcionó, ha dado pasos positivos de acercamiento que, más temprano que tarde, terminarán por surtir efecto. La presión ya no vendrá de afuera sino de adentro. Los Castro se quedaron sin discurso. Ya no habrá más justificativos de que la situación de la isla se debe al embargo impuesto por Estados Unidos.
De ahí que el mismo Gobierno cubano vea como necesidad emprender reformas tendientes a implantar un modelo como el aplicado en China o, más exactamente, en Vietnam. Es decir, ir hacia una economía de mercado pero con fuerte control estatal.
No hay muchas alternativas. La apertura y el impulso de una economía de mercado es lo que ahora va a suplir el apoyo que en el pasado recibió Cuba de la Unión Soviética y recientemente de Venezuela. Sin embargo, es un trago muy amargo para quienes por décadas criticaron el capitalismo. Veamos entonces cuál es el derrotero que sigue Cuba.