La sartén por el mango

El 27 de enero pasado, la Corte Internacional de Justicia de La Haya, el órgano internacional de justicia de las Naciones Unidas, emitió una largamente esperada sentencia en el diferendo entre Perú y Chile por la delimitación de sus frontera marítima. Era un tema que las partes no habían podido resolver a través de negociaciones directas, y que el Perú había llevado ante la Corte en 2008.

Considero sabia la sentencia emitida. Como han comentado diversos dirigentes en ambos países, ni le dio al Perú todo lo que pretendía, ni le quitó a Chile todo lo que temía perder. Estableció ese razonable equilibrio entre las aspiraciones de las partes que en teoría de negociación denominamos Gana-Gana. Ninguna de las partes "ganó" el cien por ciento de lo que pretendía, pero, en definitiva, cada parte ganó algo, evitando un desenlace Gana-Pierde o Pierde-Gana (según el lado del cual se mire) que con frecuencia buscan partes en conflicto.

La razonable tranquilidad con la cual la sentencia de la Corte ha sido recibida entre peruanos y chilenos, no obstante la declaración del presidente Piñera de que "discrepa profundamente" con ella, y la declarada intención de ambas partes de acatar y respetar el veredicto, son motivos para felicitar a ambos pueblos, y traen profunda satisfacción a todos quienes valoramos la conciliación y la resolución de conflictos que no deja ganadores y perdedores sino, más bien, deja a excontendores en aptitud de desarrollar nuevas relaciones, o profundizar las existentes, en un espíritu mutuamente constructivo.

Hace algunos años, un estudiante me preguntó por qué habría de negociar quien, según él, "tiene la sartén por el mango". Es una inteligente pregunta. ¿Por qué tiene sentido negociar, más aún si uno es más poderoso y pudiera simplemente imponerse sobre el menos poderoso? Le ofrecí dos respuestas. Tiene sentido negociar, aun cuando uno aparentemente tiene todas las de ganar, primero por motivos éticos, porque el otro merece respeto, porque todos estamos moralmente obligados a buscar el bienestar no solo propio, sino de los demás. Pero luego, para aquel a quien no le convence el argumento ético, también tiene sentido negociar por motivos más bien pragmáticos. Hacerlo permite evitar la destructividad del conflicto, reducir los riesgos de haberse granjeado enemigos, y lograr beneficios que solo son factibles cuando existe paz entre las partes o, mejor aún, cuando cooperan.

En el caso Perú-Chile no era aparente una asimetría de poder, pero sí existió la posibilidad de que cabezas calientes de un lado y del otro de la frontera común hubiesen querido tratar de imponer un desenlace Gana-Pierde. Tristemente, hasta hace poco se seguía hablando de esa posibilidad, aunque, al parecer, siempre fue remota. Ha primado la sensatez. Celebremos y aprendamos.

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