Se cumplen 140 años del nacimiento de Sir Winston Churchill, el político esencial del siglo XX. Su vida fue tan rica y extraordinaria, como memorable. Por esa razón, hemos escogido para recordarlo, solamente una célebre frase que pronunció. No hay quién no la conozca. Su valor es el significado que ella ha alcanzado con el tiempo. Ella titula el libro del historiador húngaro John Lucaks, llamado: “Sangre, sudor y lágrimas” (Turner/Océano). Un libro emocionante porque habla de los caminos de la libertad.
Sir Winston Churchill pronunció estas famosas palabras, que son su reflejo inmanente, el lunes 13 de mayo de 1940, Pentecostés. Aquel 10 de mayo de 1940 fue un día de coincidencias providenciales. En la mañana se verificó un impulso poderoso de Hitler, contra Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Francia. Y al atardecer fue nombrado Primer Ministro de Gran Bretaña, Winston Churchill.
Convocado por el rey, al salir hacia esa audiencia, su guardaespaldas de siempre, el inspector W.H. Thompson lo felicitó: “Ojalá hubiese obtenido el cargo en mejores circunstancias, pues tiene por delante una tarea terrible”. Brotaron lágrimas en ojos de Churchill, y le respondió: “¡Sólo Dios sabe hasta qué punto es grande la tarea!”. Esa noche, Churchill escribió en su diario: “Sentí que el Destino marcaba mi camino, y que toda mi vida anterior no había sido sino una preparación para esta hora y para este proceso”.
El 11 de mayo, en el 10 de Downing Street, se dedicó a formar su gabinete. Cuando llegó, le gritaban: “Buena suerte Winston, Dios te bendiga”. Sabía que el Tercer Reich era dueño de un ejército enorme, poderoso y muy moderno. Esa tarde Churchill se dirigió al Parlamento, con el discurso que había preparado, donde había incluido palabras claves.
Vestía chaqueta oscura, pantalones a rayas, una cadena de oro atravesándole el chaleco, y chambergo negro. Allí dijo que el rey le había pedido que formara nuevo gobierno. Y agregó: “Manifiesto ante esta Cámara lo que ya he comunicado a los ministros del nuevo gabinete: no tengo nada que ofrecer, salvo sangre, sudor y lágrimas”.Y de inmediato agregó: “Si me preguntan cuál es nuestro objetivo, puedo responder con una palabra: la victoria, la victoria cueste lo que cueste…”.
El discurso no fue irradiado, ni publicado; figura en las actas. Aquel día a las seis de la tarde y a las nueve, la BBC lo difundió citando sólo las palabras claves: “…no tengo nada que ofrecer salvo sangre, sudor y lágrimas”. Años después, en sus Memorias, Churchill escribió que había expresado en el Parlamento: “No tengo nada que ofrecer sino sangre, trabajo, lágrimas y sudor” con las que quería dejar en claro a todos que no tenían por delante una “Buena guerra”, ni triunfos cercanos, sino penas, sufrimientos y desastres.
Nadie había hablado así, porque nadie pensaba así sobre la guerra .