Quienes nos dedicamos, como educadores, articulistas, activistas sociales, comentaristas, o políticos, a tratar de cambiar nuestras sociedades tenemos la obligación de comprender y de explicar por qué lo intentamos.
Hay quienes entienden la motivación hacia el cambio, especialmente la de los políticos, como mera ansia de poder. No me convence esa forma de verla. No entiendo al poder como un fin en sí, sino como un medio para lograr objetivos.
Estos pudieran ser profundamente personales, nacidos de y orientados a compensar inseguridades e insatisfacciones de la propia persona. Las nefastas influencias sobre su pueblo del Kaiser Guillermo II y de Adolfo Hitler, que llevaron a Alemania al desastre en dos ocasiones, en la Primera y en la Segunda Guerra Mundial, son ejemplos de cómo una persona puede actuar en la esfera pública llevada principalmente por motivos profundamente privados.
Pero el objetivo por el cual buscamos ejercer influencia social pudiera, por otro lado, no nacer de una suerte de desequilibrada arrogancia interior, proyectada hacia el exterior, sino de una genuina preocupación por nuestro entorno, del cual somos y nos sentimos parte.
En la única obra de crítica literaria que le conozco, “García Márquez: Historia de un deicidio”, Mario Vargas Llosa sugiere que es eso lo que mueve a todo gran novelista, comenzando con el propio García Márquez: la necesidad de recrear la realidad, no como es sino como quisiera que fuera o que hubiese sido, de concebir un mundo mejor, pensar que es posible, y hacerlo real.
El mismo García Márquez apuntó a esa explicación de por qué algunos buscamos generar cambios, cuando en su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, en medio de un espectacular recuento de bizarras realidades históricas latinoamericanas, dijo: “La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia”. ¿Será que lo que impulsa a al menos algunos de nosotros a buscar cambios es que nos incomoda vivir en medio de tan colosal demencia, que acepta como normales al abuso, al irrespeto, a la irresponsabilidad, a la impunidad, a la indiferencia, al desparpajo y a la cavernaria prepotencia? No es solo la independencia del dominio español la que no nos puso a salvo de esa demencia: tampoco nos han puesto a salvo de ella las diversas refundaciones, las nuevas constituciones, las revoluciones, y los muchos salvadores de la patria que se han impuesto sobre nuestros pueblos desde aquella independencia.
Es que la demencia a la que se refirió García Márquez es un estado mental colectivo, del que somos presa la mayoría de nosotros. Radica en lo que juzgamos aceptable y posible, y en lo que decidimos hacer acerca de lo que no es aceptable.
El buen sicoterapeuta no ofrece sanar a su paciente. Le dice: “Las respuestas están en ti”.