La comida llamada “chatarra” es una de las causas de la obesidad, desarreglo de la salud que un buen gobierno no puede mirar con indiferencia. Como en el caso de cualquier problema, la solución debe ser el resultado de un análisis serio y completo que evite improvisaciones o errores: he allí lo que dictan el buen juicio y la prudencia.
La voluntad presidencial de tomar medidas para combatir la obesidad debe ser bien recibida. Sin embargo, la forma usual en que Correa anuncia sus decisiones causa confusión y merece críticas. Sin que se sepa que hayan mediado estudios serios, en una súbita inspiración (que probablemente se entiende, para autocomplacencia, como característica de la genialidad) Correa declaró que es necesario gravar el consumo de comida chatarra.
Los que la ingieren -argumentó- son proclives a la enfermedad, y el Estado gasta dinero para atenderlos. Ergo, que paguen por la atención que se les debe proporcionar. Hamburguesas, hot dogs y gaseosas fueron los primeros en ingresar a la lista de tal tipo de comida, los componentes simbólicos -curiosamente- de la llamada “cultura del imperialismo”.
Una manera inteligente de luchar contra la obesidad es etiquetar los alimentos -como ya se ha hecho- para que sus componentes en grasas y azúcares sean conocidos. Así, el consumidor los selecciona y asume la responsabilidad por sus gustos. Pero gravar, in generis, la comida chatarra no parece ni eficiente ni factible. La llamada comida típica o artesanal, rica en grasas, que se saboreó con evidente y justificado placer en un reciente “concurso mundial” ¿no caería dentro de esa vaga denominación?
Bueno hubiera sido que el Presidente de la República anuncie el urgente inicio de un análisis de todas las facetas e implicaciones del problema, orientado a recomendar medidas eficaces para obtener el resultado que se desea, sin afectar, por ejemplo, a los hogares de bajos ingresos que no pueden cocinar en casa y compran hot dogs y hamburguesas lo que, en sí mismo, ya representa un adelanto dietético comparado con el consumo de productos poco nutritivos.
Así como hay preocupación por el consumo de nocivos alimentos corporales, ¿no sería bueno que se evite nutrir el alma del pueblo con odios, rencores y resentimientos? Hay que poner fin, de una vez por todas, a la verborrea venenosa que -sobre todo los sábados- se difunde sin control, etiqueta ni límite y que está creando una patología en el espíritu de los ecuatorianos.
No es la “oposición” la que así lo exige, sino el papa Francisco quien acaba de advertir: “también las palabras matan… cuando yo hablo mal, cuando hago una crítica injusta, cuando maltrato de palabra a un hermano, esto es matar la reputación del otro… está mal insultar, un cristiano no insulta, insultar no es cristiano, ¿han oído?, no es cristiano”.