En boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso. Tal es la moraleja de la vieja fábula del pastorcito mentiroso que, para divertirse a costa de los demás, acostumbraba a gritar “¡El lobo! ¡Viene el lobo!”, y cuando llegaban, alarmados, los campesinos con hachas y palos para enfrentar al feroz animal, sólo encontraban al pastorcito retorciéndose de la risa por sus mentiras.
Cuando un Gobierno falsea desde hace alrededor de seis años las cifras sobre la inflación, la pobreza y la indigencia, cuando se anuncia una y otra vez en actos oficiales obras públicas que nunca se terminan o se recurre a candidatos testimoniales que jamás asumen los cargos legislativos para los cuales han sido votados, no es disparatado que un porcentaje de la ciudadanía sospeche sobre los verdaderos motivos de la internación de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Es la consecuencia lógica del secretismo que siempre ha caracterizado al actual Gobierno, que ha confundido la cuestión de Estado que implica la salud presidencial con un secreto de Estado.
Si la propia Jefa de Estado acaba de afirmar, en una entrevista, que desconfía de todo el mundo, con excepción de sus dos hijos, ¿por qué la ciudadanía no tendría derecho a desconfiar de un Gobierno que, permanentemente, nos da muestras de hallarse más preocupado por el relato de los acontecimientos que por los propios acontecimientos? Una especialidad del kirchnerismo ha sido la generación de climas de hondo dramatismo que permitan salidas epopéyicas. Pero aunque a ciertos biógrafos kirchneristas pueda seducirlos la idea de mostrar a una Cristina capaz de superar la muerte de su esposo y las peores enfermedades, no parece tener sentido alguno procurar un rédito político a partir de una intervención quirúrgica.
La realidad es que la Presidenta debió ser sometida a una operación para evacuar un hematoma craneal, aparentemente sin mayores riesgos, y que, en adelante, la salud de la Primera Mandataria será objeto de un pormenorizado seguimiento por aliados y adversarios.
Difícilmente cualquier estrategia de victimización pueda arrojar resultados beneficiosos para el partido gobernante en las actuales circunstancias. Si el kirchnerismo supo capitalizar electoralmente tragedias del pasado, hoy los tiempos son otros. La fragilidad de la salud presidencial no haría más que sumarse a la debilidad que ya sufre su gestión gubernamental.
De profundizarse la derrota del oficialismo en distritos clave como el bonaerense, la militancia cristinista podría esgrimir, sin fundamento, que la culpa no habrá sido de su líder, alejada por razón médica del último tramo de campaña, argumento que difícilmente acepten los líderes territoriales de un peronismo poco dispuesto a perdonar derrotas. Los lobos serán muchos más que los campesinos que acudan en auxilio del pastorcito.