Lo sagrado y lo secular

Nietzsche decía que sagrado es todo aquello en una cultura sobre lo que no se nos permite reír. ¿A qué se refería? En épocas pasadas, ciertos principios y valores eran sagrados porque se creían verdades absolutas.

El coraje de Héctor era, en el mundo griego, un comportamiento sagrado porque se le consideraba perfecto, inspirado por el mismísimo Zeus. Por eso, en aquella época, la cobardía era castigada con la muerte. En la Edad Media, la piedad de los santos era sagrada porque se la veía como una manifestación divina. Por eso, un comportamiento pecaminoso –desapegado del ejemplo de los santos– también era severamente penalizado.

Hoy, ni el coraje ni la piedad son considerados sagrados. De hecho ningún comportamiento lo es y cualquier forma de vida puede ser objeto de burla. El relativismo que trajo la era secular –o la muerte de Dios, en palabras Nietzsche– hizo que nos divorciáramos de lo sagrado, es decir de lo absoluto.

Creo que ese es el telón de fondo que debemos usar para mirar la obra “Milagroso altar blasfemo” que ha sido expuesta por el Municipio como parte de su quehacer cultural. La obra critica o escarnece principios y valores que son tenidos como sagrados –es decir incuestionables y permanentes– por los católicos. Ellos han pedido que el mural sea removido, aduciendo que no es una obra de arte porque ni siquiera cumple con estándares estéticos mínimos.

No creo que un mural o una pintura puedan ser juzgadas por su supuesta fealdad o belleza. En “El origen de la obra de arte”, Heidegger dice que para que sea arte una obra debe explicar las cosas. ¿Qué son las cosas? Son el equipo que las personas usamos para relacionarnos con la tierra y el mundo.

Son herramientas tan confiables que ni siquiera nos fijamos en ellas. Cuando una pintura o un mural nos hacen reparar en ellas, estamos en presencia de una obra de arte, dice Heidegger. En “Los zapatos del campesino”, Van Gogh pinta unos botines sucios, rotos y viejos. Es una imagen fea que, sin embargo, es artística porque nos muestra el sentido que tienen esos artefactos para quien lo usa. El arte se ocupa del sentido, no de la belleza, dice Heidegger.

Con ese criterio, el mural que se exhibe en Quito sí puede ser visto como una obra de arte porque hace que los creyentes reparen en una serie de instrumentos que usan a diario –crucifijos, imágenes de Cristo y la Virgen– para relacionarse con la tierra y el mundo. El mural hace esto de forma cruel y desesperada, claro que sí, pero ya sabemos que la crueldad y la desesperación son parte del relativismo secular en el que vivimos.

Obra de arte o no, si aquel mural resultara insoportable, lo mejor es no verlo y olvidarse de él. Pero prohibir que sea expuesto es equivocado.

@GFMABest

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