A pocas semanas de terminar su mandato, el presidente saliente, Rafael Correa, insiste en su retórica virulenta. Aunque eso signifique agrietar el discurso conciliador que Lenín Moreno trata de proyectar como virtual ganador de las elecciones.
El escenario para Moreno es complejo si su meta es, como ha asegurado en varias ocasiones, el diálogo con todos los sectores sociales. Es paradójico que su principal obstáculo sea Correa, quien este fin de semana volvió a atacar a varios medios, Participación Ciudadana y al candidato Guillermo Lasso, por su supuesta confabulación en un complot para engañar en los comicios.
Correa se mantiene fiel a su guión confrontativo, pese a que las circunstancias cuando ganaba abrumadoramente en las urnas han cambiado, una vez que la época de bonanza por los altos precios del petróleo terminó.
Los últimos resultados electorales, más allá de quién sea declarado ganador, una vez que termine el proceso de reconteo de votos y de que se negó la impugnación de Creo, evidencian una importante disminución del apoyo a Correa y Alianza País.
La ventaja apretada de dos puntos que le otorga a Lenín Moreno el conteo del Consejo Nacional Electoral es una clara señal de que la mitad de la población quiere un cambio de modelo de Gobierno.
El desgaste no es casual y tiene sus causas. En esta década, Correa se abrió frentes con los sectores sociales, los gremios de maestros, los estudiantes, grupos ambientalistas, indígenas, la banca, los medios de comunicación… Los convirtió en enemigos de ocasión y enfiló ataques sistemáticos para debilitarlos por varias vías, incluida la judicial.
Esa línea dura caló en todo el gobierno y en sus autoridades. Precisamente ese es hoy uno de los principales lastres de Moreno: un grupo de correístas convencidos de la política del ablandamiento. De Moreno depende ponerle el sello de la conciliación y el diálogo a su derrotero o seguir la ruta de los halcones.