Tarde o temprano tenía que caer en mis manos Anna Karenina. Estaba en la mira desde los lejanos días de Manta, cuando leí ‘Guerra y paz’. Tiempos descansados, anteriores a la televisión, en los que un adolescente podía jugar fútbol en la playa y hundirse en las novelas rusas. Lo que nunca pude soñar es que me encontraría con la bella y trágica Karenina, no en el cine ni bajo las tapas duras de un libro como Dios manda, o mandaba, sino en formato digital, como uno más de los ‘ebooks’ que anidan en mi Kindle .
Porque ahora tomo el aparatito en la madrugada y sin molestar a nadie, sin necesidad de encender la luz, me embarco también en ese tren que en medio de una tormenta de nieve la lleva desde Moscú a San Petersburgo, rumbo a la perdición que se anuncia desde las primeras páginas pues su creador, el noble León Tolstoi, tarambana en su juventud, va destapando sus cartas rápidamente y, narrador omnisciente y superdotado como es, nos introduce en las mentes y emociones de esa aristocracia decadente que será borrada en 1918 por la Revolución bolchevique .
Estando en tales lecturas salta la noticia de que Alice Munro ha ganado finalmente el Nobel de Literatura. Pecado para mí porque alguna vez leí un cuento de ella, pero nada más. Para enmendar el descuido, en lugar de una versión digital opto por llamar a mi suegra, que es gran admiradora de la canadiense. Me presta el único libro de cuentos que le queda, ajado y en inglés como corresponde, de modo que, luego de ver el partido con Chile, me embarco en el relato de una mujer rural, sin ninguna gracia, que en un pueblo perdido de Ontario toma un tren con muebles y traje nuevo en busca de un hombre que no la espera. Lo que en Tolstoi es abierto, glamoroso, caudaloso y colmado de detalles, acá es parco, disimulado y gris como el mundo que retrata, donde la procesión va por dentro.
Sin embargo, hay un cable con los rusos: hace mucho rato que a Munro, por mejor honrarla, la apodaron “la Chéjov canadiense”. ¿Qué tenían los rusos de esa época, madre mía, que lo crearon todo: esas novelas inmensas, los cuentos perfectos, la música, el populismo que nos habita hasta hoy, el anarquismo y el bolchevismo que derivaría en el estalinismo, enfermedad mortal de la izquierda cuyos métodos de control tampoco se borran de muchas cabezas? Para no hablar del temible Dostoievski, cuyo ‘Jugador’ fue la primera novela que leí en el Kindle.
Me han preguntado si todavía prefiero los libros de papel. Puesto a elegir me quedo con ambos porque el papel conserva el olor, la textura y las marcas que vuelven único a cada ejemplar, pero lo digital abre posibilidades antes inconcebibles como el diccionario incorporado, el tamaño variable de las letras y el acceso a una biblioteca infinita que uno lleva en el bolsillo como si nada.