Cuando las potencias occidentales, lideradas por Estados Unidos, decidieron expulsar a Rusia del Grupo de los Ocho (G-8) países más industrializados, se propusieron “aislar” al presidente Vladimir Putin por haberse “anexado” a Crimea.
“¿Qué es lo que sigue? Expulsar a Rusia de Naciones Unidas (y del Grupo de los 20 (G-20)?”, preguntó en tono de broma un diplomático asiático en los corredores de la sede del foro mundial, insinuando que solo podría ser una fantasía de Occidente.
La expulsión de Rusia del G-8 no tuvo mayores trámites, pues fue una decisión de los demás miembros del selecto club: Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia y Japón, con el apoyo de la Unión Europea (UE) como bloque.
Pero el G-20 es una coalición integrada tanto por naciones del Norte industrializado como del Sur en desarrollo, y en la que tienen gran peso las potencias económicas emergentes del Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Australia habría advertido a Rusia que podría ser excluida de la próxima cumbre del G-20 prevista para noviembre en Brisbane, en ese país. Pero eso es más fácil de decir que de hacerse.
Reunidos en forma paralela a la Cumbre de Seguridad Nuclear en La Haya el 24 y el 25 de marzo, los cancilleres del Brics respondieron a la amenaza australiana.
En una declaración divulgada durante la cumbre, los ministros dijeron que “la custodia del G-20 pertenece a todos los Estados miembros por igual, y ningún Estado puede determinar unilateralmente su naturaleza y su carácter”. El G-20 agrupa a Alemania, Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China, Corea del Sur, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, India, Indonesia, Italia, Japón, México, Rusia, Sudáfrica, Turquía y la UE. Cuenta además con algunos invitados fijos.
Cuando se votó el 28 de marzo en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas una resolución implícitamente crítica a la actitud de Rusia frente a la crisis en Ucrania, los cuatro socios de Moscú en el Brics se abstuvieron, junto a otros 54.La resolución obtuvo 100 votos a favor, 11 en contra y 58 abstenciones.
Chakravarthi Raghavan, editor emérito del South-North Development Monitor, en Ginebra, relativizó el impacto del G-8 y del G-20. “En el mejor de los casos, son agrupaciones informales autoconformadas sin ninguna legitimidad, con meros ejercicios anuales costosos donde se ocasionalmente se producen reuniones paralelas de alguna utilidad”.Explicó además que el G-8 nació (en realidad como G-7, sin Rusia) para atender problemas económicos comunes y afrontar la crisis del petróleo de 1973, cuando los países árabes se negaron a exportar el crudo a las naciones que habían apoyado a Israel en la guerra de Yom Kippur.
Pero pronto quedó claro que el proceso dentro de la agrupación no era efectivo, y el objetivo inicial de estimular un franco y espontáneo intercambio de ideas entre sus líderes había fracasado.