¿Se puede alegar grave daño moral (afectación espiritual y por lo tanto no comprobable, según la jueza) por una afirmación de dos periodistas, y al mismo tiempo reír ante los graves señalamientos que hace un influyente diario brasileño sobre el irrespeto a la libertad de expresión en el Ecuador?
¿Se puede reclamar multimillonarias sumas por el derecho a la honra y al mismo tiempo referirse a los otros, de quienes se demanda respeto a la majestad, con los peores calificativos? ¿Se puede, en fin, reclamar equidad en la administración de justicia pero al mismo tiempo lograr que los casos personales se conviertan en prioridad para un sistema judicial amañado, mientras otros casos siguen relegados e incluso a punto de prescribir?
Ni siquiera es necesario entrar en el apasionante mundo de las emociones humanas para comprender que actitudes tan contradictorias suelen encontrarse en quienes pierden la objetividad cuando están en la cima del poder. Hay innumerables ejemplos a la mano.
El ex ministro César Verduga se mareó y usó los gastos reservados para medirse como candidato presidencial. El poderoso ex vicepresidente Alberto Dahik perdió la perspectiva y se convenció de que los fines justifican los medios, incluso comprando conciencias para sacar adelante leyes que consideraba importantes. Cambiante como es la política, Dahik fue perseguido entonces por los socialcristianos por haber descollado sin pedir permiso y hoy es reivindicado por una justicia presta a hacerse eco de las razones del gobernante de turno, quien ya meses antes sentenció la inocencia.
El ex presidente Abdalá Bucaram sobreestimó la tolerancia de los ecuatorianos a la corrupción. El ex presidente Jamil Mahuad se creyó invencible con su capacidad de análisis de la realidad, pero ésta lo superó con creces y dejó en evidencia su incestuosa relación con la banca.
El poder es pasajero y, cuando cambia de manos, puede volverse contra quienes lo ejercieron. El ex presidente Lucio Gutiérrez, de origen golpista, fue un infatigable defensor del derecho a la rebelión, pero terminó huyendo para no caer en manos de unos “forajidos”.
Si un presidente alega, por ejemplo, la autoría coadyuvante para acusar a los directivos de un Diario como corresponsables de un escrito firmado por otra persona, deja abierta la vía para que lo juzguen por acciones que no dependen de él. Si un presidente plantea juicios millonarios por daño moral y logra que un juez acepte su palabra como máxima prueba, se arriesga a cientos y cientos de juicios bajo el mismo patrón.
Si un presidente quiere revisar el pasado para su conveniencia, deja abierta la posibilidad de que en el futuro otro haga lo mismo con el presente. Si por defender sus ideas y la soberanía de su país, es arrogante con otros países y mandatarios, se arriesga a recibir desplantes y pone en riesgo a su nación. Porque suele olvidarse que el poder, afortunada y lamentablemente, es solo un acto humano.