Es cierto que los políticos maduran o cambian; lo importante es que no lo hagan solo por consejo de sus asesores. Lejos parecen haber quedado los chistes del presidente Rafael Correa sobre mujeres, sus expresiones de arrobo en su recorrido por la cárcel de mujeres y en varias sabatinas y, sobre todo, sus inolvidables declaraciones de fines del 2011 y de inicios del 2012, cuando dijo que no sabía si la equidad de género mejora la democracia, pero que “lo que sí es seguro es que ha mejorado la farra impresionantemente”, para luego hacer una apología de las falditas de las asambleístas de Alianza País (AP).
Hoy resulta que la revolución tiene rostro de mujer. Y la Presidenta de la Asamblea, quien junto a las dos vicepresidentas encabeza un importante grupo legislativo de AP, enfatiza en todas sus apariciones que, si bien la afirmación de los derechos de las mujeres se debe al movimiento y sus luchas sociales, el Gobierno ha marcado un nuevo momento en políticas públicas en pro de los derechos femeninos y la equidad. Y cita como muestra la composición del Gabinete y la incorporación de la mujer en todos los niveles del Ejecutivo; el mayor número de asambleístas y la calidad de sus intervenciones; el enfoque de género en las políticas públicas, especialmente en el área social. Veamos si se trata de avances de forma y de fondo y si el Gobierno puede atribuírselos.
Las mujeres han ido conquistando derechos en una sociedad machista; su participación igualitaria en política, que es una obligación legal de antes y que este Gobierno ha cumplido de modo muy satisfactorio, es uno de ellos. Poco a poco se han abierto espacio y van mejorando, no la calidad de la farra, sino de la sociedad: su mayor participación en la educación y en el campo profesional, junto al mayor acceso a los servicios, es uno de los motores de la elevación de la calidad de vida no solo en el Ecuador del último decenio sino en la región en general.
No necesariamente esos avances coinciden con las visiones de gobiernos y gobernantes, que en este caso específico están regidas por reflexiones conservadoras, como queda demostrado en temas como el matrimonio igualitario, la contracepción e incluso el divorcio.
Si se tratara de una visión meramente formal y utilitaria, con la participación política de la mujer pudiera pasar algo parecido a lo que pasa con la participación ciudadana: el Quinto Poder no ha significado, ni de lejos, mayor participación social, sino su apoderamiento desde el poder político. Lo que pase o deje de pasar con ese ente burocrático no refleja lo que pasa con los derechos ciudadanos.
Correa y su gobierno han dado pasos interesantes, pero hay que mirar qué ha pasado dentro de una sociedad donde el femicidio, por ejemplo, sigue siendo un azote. Una declaración política no basta.