Hay más de quinientas variedades distintas de rosas en los mercados del mundo. Los países que las producen y las exportan son principalmente Ecuador, Colombia y Kenia. Las gamas de colores de la rosas van desde el blanco hasta los marrones oscuros, casi negros, pero no se ha conseguido de forma natural una rosa azul, pues la enzima delfinidina, que le da el pigmento azul a ciertas flores, no existe en la naturaleza. De ahí que la rosa azul se haya convertido en la floricultura en una suerte de utopía a la que se persigue ambiciosamente.
Por esta razón, no se ha visto aún en nuestros mercados o calles una rosa natural de color azul.
Sin embargo, desde hace unos quince años, encontramos en el país rosas especiales de colores extraños. Su presencia se debe fundamentalmente a la promulgación de la Ley de Propiedad Intelectual del Ecuador en 1998, y a la protección que se le otorgó entonces como refuerzo a varios tratados internacionales (UPOV 1978 y Decisión Andina 345) a los obtentores de variedades vegetales.
Como su nombre lo indica, un obtentor es la persona que “obtiene” una nueva variedad vegetal (rosas, por ejemplo).
Los obtentores (actividad centenaria en Europa y que ya cuenta con dos empresas ecuatorianas) se volcaron entonces al país para desarrollar una industria que hoy, en medio del desbalance comercial, exporta 800 millones de dólares anuales (1 000 millones incluidos los fletes), esencialmente a Europa, Rusia y Estados Unidos, que son los principales consumidores del mundo.
En estos quince años de actividad floricultora formal, el Ecuador ha logrado posesionar a sus flores, especialmente rosas, como las más bellas del mundo por sus características particulares de tamaño, largo, intensidad de color y novedades. La flor ecuatoriana hoy es una marca reconocida a nivel mundial a la que deberíamos proteger con celo. No obstante, como suele suceder con frecuencia, las zancadillas nos las ponemos nosotros mismos: perdimos las preferencias arancelarias con Estados Unidos que representa el 40% de las exportaciones de flores ecuatorianas, que hoy tienen el 6.7% de arancel; y dificultamos las negociaciones con la Unión Europea (40% del mercado) por la ausencia de protección efectiva a la propiedad intelectual en el Ecuador, además de anunciar la promulgación de una nueva legislación que considera a la propiedad intelectual como un “derecho público que, por excepción, el Estado autoriza a explotar al titular” (???).
La pérdida de competitividad de la industria floricultora ecuatoriana beneficiará solamente a nuestros competidores: Colombia y Kenia.
Mientras tanto, el mundo de las flores seguirá esperando la rosa azul, aunque en estas circunstancias, las probabilidades de que la veamos en nuestro país son todavía más lejanas.