De no ser por Melisa, la hija de mi desaparecido amigo Wagner, no sabría, igual que la mayor parte de la gente, quiénes son los Rohingya, un grupo de islámicos perseguido en Birmania (Myanmar) y declarado por la ONU como el grupo étnico más perseguido del planeta.
Melisa, una ingeniera aeronáutica que trabajaba para Airbus en Alemania, dejó Europa y se fue a trabajar con una ONG en la frontera de Myanmar, ayudando a los desplazados por el odio racial, en tareas para la utilización del agua en los campos que se han creado en la frontera con Tailandia.
¿Quiénes son los Rohingya? Son una minoría musulmana con rasgos sudasiáticos, procedentes de Bangladesh y ubicados en la región oeste de Myanmar.
A pesar de estar desde hace siglos viviendo en esa zona, el Estado birmano no los reconoce como una de las etnias nacionales y Bangladesh no los quiere recibir de vuelta, por lo cual, unos
300 000 viven hacinados en campos de refugiados desde que, en 2012, se desató una ola de violencia en la cual los budistas de Myanmar quieren expulsar definitivamente a los Rohingya por considerarlos una amenaza para un país de 55 millones de habitantes, de los cuales el 89 % profesa el budismo.
Si algo podría evocar una imagen de paz y espiritualidad es un monasterio budista, pero en Myanmar los monjes budistas son los protagonistas de la violencia religiosa. Son losportadores de un manifiesto en el cual se declaran “la respuesta a la invasión musulmana que sufre Myanmar, y nuestro objetivo es defender al país de ella”. Están convencidos que los musulmanes de Myanmar, y entre ellos los Rohingya, pretenden hacerse con el poder en el año 2100. Creen que para cumplir ese objetivo el mecanismo es el crecimiento demográfico de su grupo con lo cual provocarían una desestabilización social. Desde 1994 tienen un control de natalidad, según el cual no pueden tener más de dos hijos.
La persecución de los Rohingya ha empujado a 140 000 a ser presa fácil de los contrabandistas de personas, quienes les ofrecen seguridad y trabajo en Malasia a cambio de un monto de dinero. Si no tienen dinero, son llevados para ser vendidos como esclavos, o sus familias extorsionadas para liberarlos.
Quienes pensábamos que el nuevo siglo se acercaba a la secularización y que las guerras religiosas se irían terminando, no nos podíamos imaginar que se den casos como los que están sucediendo.
Y en cada región aparecerán los traficantes de la muerte, los traficantes de gente, prestos a cobrar a los miserables del mundo que quieren escapar de la barbarie en la cual viven y llegar a mejores pastos.
Melisa, al cabo de dos años de ser testigo de la barbarie y la maldad humana, ha decidido dejar Myanmar. Quiere cuidar su salud mental, quiere dejar que se cicatricen sus heridas.