El surgimiento en Oriente Medio de varias bandas terroristas y, especialmente, del poderoso grupo denominado “Estado Islámico” (EI), abrió un nuevo capítulo en las páginas de la violencia y el terrorismo en el mundo.
Este frenético y bien estructurado grupo islámico se inició hace dos años con 25 000 combatientes bien armados, bajo la conducción de Abu Bakr al-Baghdadi, cuyo propósito era implantar un califato que abarcara Iraq, Siria, Líbano y Jordania, en su primera fase, y se extendiera después hacia otros territorios por encima de las fronteras estatales.
Sus yihadistas produjeron una terrible crisis humanitaria. Centenares de miles de cristianos y yazidíes kurdos tuvieron que emigrar tras las matanzas por los agentes de la banda terrorista, que torturaban, decapitaban o enterraban vivos a quienes no se convertían a su religión. Cerca de 200 000 yazidíes y cristianos se vieron forzados a huir y refugiarse en las montañas de Sinyar, donde morían de hambre, de sed o de calor, bajo temperaturas superiores a los 40 grados.
En marzo del 2015 un bombardeo de las fuerzas aliadas occidentales sobre la ciudad de Al Baaj, en el noroeste de Iraq, hirió gravemente al líder del grupo terrorista, quien murió pocos días después. Inmediatamente fue sustituido por Abu Alaa al Afri, que asumió la jefatura suprema del grupo.
Durante esa cadena de acciones de violencia se produjo un hecho aterrador: el periodista estadounidense James Foley, secuestrado mientras cumplía en Siria sus actividades informativas, fue brutalmente decapitado el 20 de agosto 2014 en el desierto iraquí.
Las pantallas de TV mostraron con claridad cómo un encapuchado cortó el cuello de su víctima con un cuchillo. El cuadro fue espeluznante. Y eso se repitió con personas que no quisieron profesar la religión islámica.
Lo cual produjo la alianza antiterrorista de EE.UU. y 50 países de Europa, América, Asia y Oceanía para destruir al “Estado Islámico”.
Pero los terroristas siguieron adelante. A las 10 de la noche del 13 de noviembre 2015 un comando suyo -en lo que fue la acción terrorista más cruel y despiadada desde la voladura de las Torres Gemelas de Nueva York- penetró en la sala de conciertos “Le Bataclan” en París, donde se habían congregado 1 500 personas, y lanzó contra ellas bombas explosivas que produjeron una horrible carnicería.
La violencia inspirada en motivaciones religiosas ha introducido dos modificaciones sustanciales al terrorismo: borrar las fronteras nacionales -es un terrorismo transnacional- e inducir a sus ejecutores no solo a que no tengan interés en salvar sus vidas sino a que busquen la muerte, convencidos de que así ganarán el cielo de manera más segura.
Lo cual significa un cambio no solo cuantitativo sino fundamentalmente cualitativo en la actividad terrorista alrededor del mundo.