Diego Ordóñez
Columnista invitado
Linda figura literaria es el eufemismo. Que también sirve para adulterar la realidad. Mao, por ejemplo, llamó “revolución cultural” a la mayor campaña de purga social y vejación en la que el rostro fueron jóvenes embanderados y profundamente adoctrinados. Hilter usó “solución final” para tapar la inhumana limpieza étnica. Seguro que Pinochet o Videla algún eufemismo habrán usado para socapar la represión y desaparición de niños.
Y así cualquier dictador o grupo de aquellos que asumen que sus causas son nobles maquillan su violencia con lenguaje literario y distorsionan la ética hasta que sirva para mostrar bondadoso el asesinato, la represión, el asalto, el secuestro. El rostro del Che y la gesta de los barbudos en Sierra Maestra volvieron mítica la subversión armada, heroico el asesinato y noble al robo de dinero –y no tanto para “devolverlo” a los pobres, sino para financiar más subversión y muertes-. Descabezar a un empresario y restituir a sus familiares la cabeza desprendida en una caja, no es pues, en el mundo del eufemismo corrupto, una barbarie, sino un acto de justicia. Así como llamar al asalto de bancos y el robo de dinero de los depositantes ‘recuperación’.
¿Para quién recuperaban el dinero?, me urge preguntarle a la Sra. Cárdenas, que con eufemismos intenta convertir en moral al robo y quien ahora mora en alturas estatales. En los bancos, el dinero en las cajas de seguridad no pertenecen al banquero.
Estoy seguro que esto lo conoce. Y si recuperaban el dinero en asaltos a agencias bancarias ¿a quién se lo devolvían? ¿Al cuenta ahorrista? O encontraban lícito apropiarse de ahorros acumulados con esfuerzo para financiar compra de armas y financiar su devaneo.
La guerrilla, el terrorismo y toda forma de violencia política han logrado la patente intelectual de creerla una epopeya. Juglares y cantores la han exaltado y sus atrocidades han recibido la benevolencia de artistas y relatores del “red set”; y reciben la protección política de vetustos bolcheviques de los que sobreviven en áreas caribeñas. La realidad, sin embargo, es menos poética. Son historias de sangre; de violación de derechos fundamentales de la persona y de rezagos traumáticos en quienes fueron víctimas de esta violencia pintada de cruzada ética.
La represión tampoco fue poética. La violencia institucional fue brutal. Horrenda en el Cono Sur; menos y más blanda -relativamente- en estos lares. Al fin y al cabo, nuestros guerrilleros eran, digamos en léxico correísta, cuatro pelagatos en comparación con otros en la región. Los casos de represión y violencia de principios elementales de debido proceso deben ser penalizados. Y los militares que encerraron, incomunicaron y lastimaron la dignidad humana deben ir a juicio. Por justicia no por venganza.
Lo paradójico es que los culpables de los asaltos, secuestros y muertes son héroes de la poesía revolucionaria y no han pugnado las penas que debían, porque juglares y escritores dieron brochazos de música y versos para trocar la delincuencia en romance. Ahí está el detalle.