Santiago. Mes de invierno. Mucho frío camino al centro de convenciones. Los promotores de un encuentro entre Comunidades Solidarias y Empresarios habían organizado un panel de diálogo para la construcción de vínculos entre las empresas y el sector social.
Llegaba muy sereno, con unas cuantas ideas claras que debía aportar frente a unas 100 personas según me habían advertido. La puerta estaba cerrada. Al abrirla me sorprendió la multitud de más de 300 personas. Se sentía una tremenda energía. Mis ideas en la cabeza se convirtieron en mariposas en el estómago.
Cuatro panelistas, una hermana religiosa, un experto en medición de pobreza, el presidente de una importante cadena de tiendas, y este servidor representando a la empresa que dirijo, moderados por una periodista conocida. Se habló de la necesidad de construir confianza, espacios de diálogos recurrentes, y sobre cómo lograr cohesión social.
El sector empresarial ha perdido confianza en casi todo el mundo. Las fundaciones menos. Los gobiernos, ni hablar. La necesidad de una economía más inclusiva es una aspiración, y la pregunta es si se puede acelerar el paso. La respuesta es que sí. La clave es la convicción de los líderes. En este mundo tan cambiante e incierto, los líderes deben conectar con el cambio, no con la incertidumbre. Están llamados a marcar el camino, acercarse a las nuevas expectativas sociales, reconquistar espacios, dar certezas a sus seguidores. Así se contagia confianza para adaptar las actitudes de la gente y estar más dispuestas a salir y crear vínculos. Dialogar exige apertura. Sobre todo escuchar más y hablar menos. Entender primero al otro antes de ser entendido uno. Encontrar intereses comunes, y así descubrir áreas de cooperación y proyectos conjuntos.
La cohesión social solo viene después de que lo anterior se masifica. Toma tiempo, mucho esfuerzo y perseverancia. Cuando la sociedad se moviliza hacia los mismos intereses de largo plazo, la mayoría apoya. En la diversidad, hay algo que los une, una cultura, una historia, un futuro, el anhelo de una sociedad feliz.
Recordaba una entrevista a Jeffrey Sachs, uno de los economistas más influyente del mundo, quien estuvo en Chile hace poco. Mencionó que los países más felices no eran los más ricos. Dos ejemplos, Estados Unidos es aún la primera potencia económica del mundo, pero no es el más feliz. La gente no confía en las personas, muchas personas buscan el dinero del otro. Tampoco confían en los políticos. Chile es el país más desarrollado de Latinoamérica, pero tampoco es el más feliz, no hay confianza entre las personas, el descontento por la desigualdad lo evidencia. Costa Rica es un buen ejemplo de país con índice de felicidad alto, su gente no es competitiva, sus preocupaciones no están en la desigualdad sino en los recursos naturales, y el nivel de confianza entre las personas es mayor que el promedio.
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