El frenesí electoral que hemos soportado estos años ha distorsionado nuestra forma de entender la política: en las elecciones solo preguntamos si el candidato de turno es popular y dejamos de lado otra pregunta mucho más relevante: si aquel personaje está capacitado -o no- para ejercer el cargo al que aspira.
Esa visión simplista que tenemos sobre el proceso electoral ha vaciado de contenido a la política y ha hecho que los votantes terminemos aupando candidaturas que privilegian la imagen y la demagogia por encima de las ideas y las propuestas.
Como no entendemos que las elecciones son, en esencia, una oportunidad para que los candidatos debatan frente a frente, los votantes hemos terminando convertidos en una audiencia pasiva que da por buena cualquier promesa fatua que al político de turno se le ocurre hacer en la tarima.
En pocos meses, los quiteños -y todos los demás ecuatorianos- deberemos, una vez más, concurrir a un recinto electoral, en esta ocasión para elegir a un alcalde. ¿Están los actuales candidatos preparados para administrar Quito? ¿Tiene, cada uno de ellos, un proyecto adecuado y viable para la ciudad? Estas tendrían que ser las principales preguntas que los quiteños deberíamos hacernos antes de decidir nuestro voto y, para responderlas, tendríamos que exigir que los candidatos debatan exhaustivamente sus ideas y propuestas.
Ese debate debería girar mucho más en torno a las soluciones concretas que cada candidato propone para la ciudad y mucho menos alrededor de ideologías políticas. Esta es una de las grandes ventajas que ofrecen las elecciones seccionales.
Debatir propuestas antes que ideologías es indispensable para fortalecer la endeble cultura política que nos cobija, porque permitirá que los votantes identifiquemos al político más capacitado en vez de al candidato más popular.
Elegir al mejor preparado es el propósito último de toda elección. Platón describió a esos políticos como “reyes filósofos”, es decir gobernantes que debían administrar una República con conocimiento de causa.
Platón, a través de Sócrates, dijo correctamente que el riesgo de la democracia consistía en que todos podían opinar sobre cualquier problema y participar en cualquier iniciativa, aun cuando desconocieran por completo del tema.
Ese riesgo se puede paliar mediante el debate; un debate riguroso que nos permita encontrar a esos “reyes filósofos” que necesitan Quito y el Ecuador; políticos con una verdadera vocación de servicio público que tengan un sueño para la ciudad y para el país y que se preparan para hacer realidad ese sueño. Para ser político no solo hay que ser buen candidato; más importante es estar preparado para cumplir con las graves responsabilidades del cargo al que se aspira.