Cuenta la historia que el Rey Midas era un rey muy amable, pero le gustaba la riqueza y el brillo del precioso metal en demasía. Por su hospitalidad con Sileno, Dionisio, el dios agradecido, además del vino, le dio un don: convertir en oro todo lo que con sus manos tocaba. Oro. Oro puro. Tocó sus vestidos y sus hilos se volvieron dorados. Tocó las puertas de su palacio y se volvieron de metal macizo. Acarició a su perro y este quedó inmóvil, convertido en una estatua dorada.
Nuestros poderes parecen tener el don de Midas. O la varita mágica de cualquier otro cuento de hadas. El don y la varita están en el aparato de comunicación, eficaz instrumento con el que todo lo vuelven, no oro, pero sí verdad absoluta. Si dicen blanco, es blanco. Si dicen negro, es negro. Sí dicen día y es noche, la noche se vuelve día. Si se les ocurre que un caricaturista es un agitador social porque no les hizo gracia el chiste, se convierte en agitador social inmediatamente, lo sientan en el banquillo de los acusados y le juzgan a su lápiz por no poner comillas, en una situación más caricaturesca que la propia caricatura.
Si dicen que un cantautor sobrio ha estado ebrio, pues se convierte en borracho despreciable y además, drogueta. Si dicen que alguien es miembro de la CIA, se convierte en gusano, amigo del Imperio y forma parte de algún complot secreto con misión desestabilizadora incluida. Si dicen traidor, se vuelve traidor. Si dicen matasanos, se convierten en matasanos. Si dicen 24 000 mensuales y han sido 24 000 anuales, da lo mismo. Si lo declaran inocente es inocente y si es presuntamente culpable se vuelve culpable en el acto. No hay vuelta atrás. No hay sombra de duda en los oyentes de la palabra, hechizados por las pantallas de televisión, por el micrófono, por el eco de la prensa oficial, y por quienes replican en redes sociales la sentencia única, verdadera, colocan la equis sobre el rostro del opositor de la semana al que luego califican con toda clase de epítetos. No hay manera de probar lo contrario, ni intentarlo siquiera, peor discutir o mediar. Nuestros poderes, ejecutivos, judiciales, legislativos, pero sobre todo comunicacionales, tienen la varita mágica, el don que tuvo el rey Midas: lo que tocan se convierte en lo que quieren y creen que es, así no sea. La palabra verdadera. Única. Irrefutable. Infalible.
El rey Midas un día no pudo comer ni beber. Todo lo volvió oro incluida el agua y el alimento. Casi muere de hambre y de sed. El don se convirtió en maleficio. Midas pidió a Dionisio que lo libere y este le ordenó bañarse en las aguas río Pactolo cuyas arenas tienen el precioso metal. Una vez liberado, se fue a vivir solo en la montaña. La carroza de Cenicienta también se volvió calabaza apenas terminó el hechizo.