¿Cuénteme, le digo a una maestra líder de un colegio público, cómo han reaccionado los docentes a la evaluación que se les viene? ¿Se dan cuenta de lo que significa para la educación y para sus carreras? Ante esto, con desconsuelo, la líder señala que muy pocos son los que se dan cuenta de la situación, la mayoría están agobiados y resignados. Irán a dar la prueba, como sea, dice.
Quedó en el ambiente sonando las palabras agobio y resignación. Entonces irrumpe la pregunta: ¿qué se esconde tras esa reacción de pasividad de los docentes?
Una primera hipótesis es que los profesores, se dan perfecta cuenta de los efectos de la evaluación que les se viene, y que, frente a condiciones adversas de generar alguna resistencia, y de cara a perder su puesto de trabajo, en medio del inicio de un tsunami económico, que ya está botando de sus empleos a miles de gentes, asumen individualmente el reto defender su puesto de trabajo.
Una segunda hipótesis que complementa a la primera es que, a estas alturas del 2016, se presentan claramente los efectos de la aplicación de un modelo educativo controlador, disciplinador y homogeneizante, cuyo mejor instrumento, son las evaluaciones estandarizadas. Tales instrumentos, pensados desde un enfoque de mercado, y desde un concepto de escuela-fábrica, miden resultados, no procesos, e intentan moldear, no solo a las instituciones educativas, sino a las personas, bajo estándares acordes con el modelo individualista y de competencia: no interesa que todos aprendan, importa que tú tengas “éxito”. Son pruebas que aparte de uniformar determinados conocimientos que en ciencias duras puede ser válido, en ciencias sociales es nefasto, ya pulverizan las identidades en sociedades diversas y retornan al memorismo, liquidando el pensamiento crítico. Sin embargo, las mismas pruebas, inspiradas en la meritocracia, en premio-castigo, tienen impactos no solo en el sistema educativo, sino en las subjetividades de los evaluados. Si saliste bien, recibes reconocimientos y estímulos. Si te fue mal, eres considerado lo peor, por el Estado, por la sociedad y por la familia. Eres excluido.
El problema en nuestro país, con fracasadas reformas educativas, con históricas desigualdades, con una prolongada crisis en la formación docente, la mayoría de los profesores corren el riesgo que no les vaya bien en este tipo de prueba.
Entonces, las culpas de otros, caen sobre la psiquis del docente, que se termina auto inculpando y reforzando ese carácter agobiado y resignado. Tú te devalúas y se devalúa la profesión docente ante la sociedad.
¿Este es un síntoma de la “revolución cultural” de la revolución ciudadana? Lo que les pasa a los profesores ¿no nos pasa a buena parte de los ecuatorianos?
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