Cuarto de sigo es el período que medió, aproximadamente, entre las dos grandes bonanzas petroleras. Fue una etapa álgida en la cual la recurrente escasez de recursos llevó a una permanente agitación social y crisis políticas que, en tres ocasiones, terminaron con la abrupta salida del poder de quienes fueron elegidos gobernantes. Un espacio de tiempo en el cual calaron en un amplio sector ciudadano las tesis llamadas de vanguardia o progresistas que, de una u otra manera, con ciertos matices de diferencia, pregonaban la mayor intervención del Estado en la economía y la vida pública. La insatisfacción que gran parte del conglomerado social sentía con lo sucedido a los largo de esos años, fue capitalizada por un grupo político emergente que prometía hacer una revolución que refundaría la República y abatiría las injusticias existentes.
La suerte acompañó a los que se hicieron del poder, dado que el país experimentó la segunda bonanza petrolera de su historia, lo que significó el ingreso de grandes sumas de dinero que, gastadas a raudales, generaron una sensación de bienestar y satisfacción en la población, permitiéndoles ganar una elección tras otra.
En ese cuarto de siglo, de una manera u otra, se arraigó en la población un sentimiento negativo hacia las tesis que propugnaban una economía en que tuviera especial incidencia lo privado. Por ello, cuando el Estado contó con recursos y empezó a gastar en cuanta cosa se le presentaba, gran parte de la sociedad miró esa práctica como adecuada, sin considerar que los flujos de dinero probablemente no iban a ser permanentes y algún momento escasearían. Sirvió, además, para ganar simpatías, porque denostar en contra de los sectores acomodados de la sociedad siempre brinda réditos en lo político.
Concluida la segunda bonanza, el escenario se torna brumoso y no cabe descartar que por algún tiempo, ante la falta de ingresos y los necesarios ajustes que deberán hacerse para evitar complicaciones mayores que podría llevarnos a situaciones imprevisibles, la agitación social y el malestar volverán a ser los protagonistas. Frente a la escasez es probable que retornen con fuerza los discursos que pretendan solucionar los problemas con medidas que limiten la inversión y el emprendimiento.
Las experiencias últimas deben servir para evitar que se reediten épocas que impidan o retarden el crecimiento del país. Acá se ha experimentado casi de todo. Quedan solo los extremos totalitarios que han sumido a los países en el descalabro financiero o en la pérdida absoluta de libertades y, en casos más recientes, los dos a la vez. Debe primar la sensatez y hacer de este momento negativo una oportunidad para que la sociedad entera reoriente el desarrollo del país y entregue a los gobernantes, sean cuales fueran, un mandato para avanzar en forma sostenible por los senderos de libertad y progreso. Ya hemos sido testigos de hacia dónde nos pueden conducir los cantos de sirena y se van agotando oportunidades para insistir en experimentos fallidos que, al final de la ruta, nos devuelven inexorablemente al lugar de partida.
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