En una reciente edición del diario madrileño El País se publicó la información de que, en el futuro, todos los sefardíes que lo deseen podrán ser españoles de pleno derecho, según anuncio oficial del gobierno de Rajoy.
Dicho en otras palabras, los descendientes de los judíos españoles expulsados en 1492 por los Reyes Católicos pueden retornar a Sefarat (España, en hebreo), en el marco de una norma existente desde 1924, promulgada por Miguel Primo de Rivera.
Gracias a este recurso legal muchos sefardíes pudieron escapar del Holocausto, cruel apología de la barbarie instalada por el nazismo en Europa, desde los albores de la Segunda Guerra Mundial y durante ese conflicto universal, para eliminar a millones de judíos y minorías de “razas inferiores”.
Se afirma que varios diplomáticos españoles, incluso poniendo en riesgo sus carreras, salvaron a un buen número de judíos utilizando de forma ingeniosa la emisión de visados. No hay que olvidar que el generalísimo Franco era un enemigo declarado de los judíos y tenía empatía ideológica con el fascismo.
Huelga precisar que la expulsión de los sefardíes de territorio español se refería a aquellos que se negaron a convertirse al cristianismo. Los conversos por su parte recibían el displicente calificativo de marranos.
Era, como se sabe, una época de extrema intolerancia religiosa, que explica la vigencia de la tenebrosa Inquisición, cuyos excesos de fanatismo oscurantista registra la historia con caracteres sombríos.
La adjudicación de la nacionalidad española, en tiempos recientes, al parecer estaba sujeta a trámites un tanto complejos. Lo que el Gobierno actual ha querido es simplificarlos, en un laudable gesto de restitución histórica.
Entiendo que la decisión gubernativa apunta a desbrozar el embrollo burocrático y abrir cauces a procedimientos expeditos para la concesión de la carta de naturalización española.
Se dice que esta medida oficial habría generado expectativas en Israel, pero a pesar de las alentadoras opciones que ofrece parece que la realidad actual limita su viabilidad. En efecto, la cosmovisión histórica del pueblo judío ha estado centrada siempre en Jerusalén.
Conviene recordar, por ejemplo, que muchas canciones ancestrales en ladino recogen el anhelo sefardí de retornar a la ciudad sagrada. Una de ellas lo sintetiza así: “Ir me kero madre a Yerushaláyim.
A Yerushaláyim veo d´enfrente, olvido mis ijos i mis parientes”. Parecería entonces que pocos estarían dispuestos a abandonar la tierra prometida o a permanecer allí con doble nacionalidad.
A guisa de anécdota personal me tomo la libertad de citar un episodio cotidiano. Cuando en plan turístico visité Atenas, dos personas me expresaron su interés en mantener un diálogo en español.
Eran sefardíes que conservan nuestro idioma por tradición oral y querían practicarlo. Fue una experiencia en verdad interesante.