El Gobierno está estirando la retórica política hasta el absurdo. Es decir, hasta un punto donde pierda todo contacto con la realidad. Cuando esa importante cuerda que representa la palabra oficial se rompa, el país entrará en el mundo de la ficción. Seremos una vez más una república de papel, un país de Manuelito enredado entre los formalismos democráticos y la pomposidad de las leyes.
Si oponerse a la Marcha plurinacional por el Agua y por la Vida resulta a estas alturas una aberración, acusarla de golpista, o de responder a una agenda de la derecha, es completamente irreal. Tanto las descalificaciones del Presidente, como la tendenciosa campaña publicitaria del régimen, han perdido toda proporción. Incluso vistas desde la óptica de la manipulación mediática. ¿Puede calificarse de cobarde –como lo sugirió una valla publicitaria en la vía Panamericana– a un pueblo que lleva siglos de resistencia y de lucha por sus derechos? ¿Pueden ser convincentes aquellas declaraciones que acusan al movimiento indígena de ser utilizado y manipulado, cuando sus dirigentes hacen gala de una autonomía y una solvencia política que provocarían la envidia de la mayoría de cuadros de Alianza País? ¿Hay un país dispuesto a creer semejantes desvaríos, a tragarse esas ruedas de molino?
Cuando la retórica se extralimita la acción política pierde toda coherencia. Para muestra un botón: como reacción a la marcha indígena, el Gobierno se ha dedicado a entregar regalos a diestra y siniestra, en una auténtica Navidad anticipada. Balones de fútbol, cheques mortuorios por compensaciones, títulos de propiedad, convenios y promesas empiezan a tomar cuerpo como por arte de magia. Todo, coincidentemente, en zonas campesinas e indígenas. Justo por donde pasaron los marchantes. ¿Se ha puesto a pensar el Gobierno en lo agradecidas que estarán sus bases clientelares con la Conaie? De no ser por la marcha, tantas dádivas y promesas jamás se habrían concretado o nunca habrían llegado con tanta puntualidad. Difícilmente estas bases, aduladas y todo, coincidirán con las estigmatizaciones desde el poder contra sus paisanos.
El mayor problema es que, en esta lógica de la irrealidad retórica, hasta los discursos posibles se difuminan. Es lo que podría ocurrir con el llamado al diálogo formulado dese ciertas esferas del poder político, y que debió ser el mensaje central desde hace mucho tiempo. ¿Cuán real es esta exhortación en medio de la polarización y la intransigencia alentadas desde el Ejecutivo? ¿Tendrá el Vicepresidente la capacidad para hacer valer su llamado a cambiar la estrategia de confrontación, cuando lo que queda en evidencia es que el Gobierno solo cederá frente a las presiones callejeras?