En uno de los cuadros que pintó F.E.Church, en 1855 (EL COMERCIO, 23 del presente), en una pampa en las faldas del Cotopaxi, se ve una alquería (casa de hacienda, patio, bodegas, corrales y huerta, todo amurallado), de la que no quedó nada en pie cuando la erupción y terremoto de 1887. La obra de generaciones se vino abajo en cosa de segundos. De temerle al Cotopaxi. Cuando los Incas vinieron con sus llamas y alpacas domesticadas fue en las faldas del Chimborazo en donde las ubicaron. Inmensos rebaños los que vio Cieza de León cuando pasó por esos páramos.
En todos los órdenes y en todo el espacio sudamericano “polvo y cenizas”, “polvo y espanto”. Cuando el viajero francés Lacordaire lo recorrió en el siglo XVIII, por donde iba se hablaba de tiempos mejores y de glorias pasadas. Pueblos que desaparecieron, pueblos que se fundaban, puertos cegados por la arena.
El P. Recio, jesuita de poco antes de la expulsión, pondera lo rica en bienes de la naturaleza que era la Real Audiencia de Quito, sin embargo dice “no dudo en afirmar que no luce esta tierra con tanto tren de asistencia celestiales”. Por los mismos años otro jesuita, Cigala, describe los enormes obrajes (textiles) de San Idelfonso, en la zona de Patate. Erupciones del Tungurahua, terremotos no dejaron piedra sobre piedra. En 1949 desapareció Pelileo.
Si, en todos los órdenes. El Marqués de Miraflores vio en una de sus posesiones el resultado del empeño de sus mayores: olivares inmensos, de frutos jugosos, árboles enormes no vistos en España. Tuvieron que ser destruidos. La Real Audiencia de Quito estaba para fabricar bayetas, al Perú le correspondían las uvas y las aceitunas, según rezaba la Ordenanza Real. Una cultura de gran aliento fue desarrollándose en la Amazonía. Seguramente una pandemia de origen viral, dejó de aquel pueblo inteligente apenas la memoria.
Ni qué decir tiene la obra devastadora de los caudillos bárbaros. Boves arrasó con media Venezuela, la de los patriotas. Los “tigres” federalistas ocasionaron el golpe de gracia del culto Tucumán argentino. Con la expulsión de la Compañía de Jesús se nos fue de las manos el libro: desaparecieron las bibliotecas en ciencias y humanidades, actualizadas, de las universidades de Chuquisaca y Córdova del Tucumán; las dos de Quito, la de la Universidad de San Gregorio y la del Colegio, quedaron hechas pedazos. El 10 por ciento de la población de Quito, cifra abrumadora, fue masacrada, cuando la rebelión de 1822.
Lo extraordinario del hombre sudamericano es que ha retomado el camino civilizador, por siglos. Nada nos ha doblegado como para no levantar cabeza. Nada nos ha producido el miedo que lleva a la desmoralización. En todos nosotros hay algo de esa resistencia ancestral, admirable. Que están en erupción el Cotopaxi, el Tungurahua y el Reventador, ya veremos.