Las dictaduras ya sea francas o disfrazadas, el populismo y esa democracia plebiscitaria y manipulada que ha prosperado en América Latina, plantean si será posible que prospere, o que se reconstruya, una República en estas tierras. Plantean la consideración de si tenemos vocación por la legalidad, o si nuestras inclinaciones van por la mano fuerte, y por la secreta admiración hacia el autoritarismo. Es decir, si somos personas conscientes de nuestras libertades y responsabilidades, o si tras la fachada de “ciudadanía” escondemos rezagos de viejas servidumbres.
1.- No hay populismo sin “pueblo”.- El populismo es una patología política y es el más grande adversario de la República. No es una doctrina de izquierda o de derecha; es un modo de ser y de ejercer el poder, que se caracteriza por (i) la personalización de la autoridad; (ii) la inducción o el agravamiento de la crisis institucional; (iii) la instrumentalización de la democracia a través de la demagogia, el clientelismo y la propaganda; (iv) la transformación de la ley en acto del caudillo; y, (v) la adecuación de la Constitución y el ordenamiento legal a los fines o ideas y estilos del jefe.
El populismo implica el renacimiento de la jefatura primaria, entendida como el poder carismático, revestido de condiciones casi mágicas, que harían posible alcanzar hipotéticas glorias para el país y reivindicaciones extraordinarias para los pobres. Esa jefatura se vincula con la gente (i) a través la política sentimental, que, refinada con la propaganda, se articula en toda suerte ofertas mayoritariamente irreales. (ii) Además, el populismo se conecta con la sociedad a través del principio de “eficiencia o pragmatismo político”, que se traduce en la represión y en la paulatina supresión de las libertades; y, (iii) se fortalece, por cierto, a través de la “invención del enemigo.” Todo con el fin de crear la impresión de militancia general en pro del régimen.
Además del caudillo, el populismo, tiene subalternos incondicionales, cuyas cruzadas también que se articulan a través de la propaganda, y contribuyen a disfrazar el autoritarismo de la jefatura principal. El desarme de las “instituciones burguesas”, se produce bajo el eufemismo de la ejecución del “proyecto”.
Pero, no hay populismo sin “pueblo”, sin votantes influidos por la propaganda y el discurso, que sintonizan con la política sentimental, es decir, sin una masa que proyecta sus frustraciones en el caudillo, que identifica autoridad con mano fuerte, acción política con desquite, economía con gratuidad y subsidio, y patriotismo con militancia.
2.- ¿Creemos en los límites?.-Hemos dado por hecho, y trabajamos bajo el supuesto de que el pueblo es demócrata, y que además cree, vive y milita por el Estado de Derecho. ¿Esos supuestos son acertados? El Estado de Derecho supone un razonable nivel de cultura política, implica sujeción de la autoridad la ley y la creencia en la legalidad y en la responsabilidad política. Implica límites marcados no solamente por las normas jurídicas, sino por un entramado de valores que ubican a los derechos individuales sobre la autoridad, de modo que no se justifica, bajo ninguna excusa, ni el abuso del derecho ni la acción directa, ni las tesis autoritarias, ni las inclinaciones dictatoriales.
La gran dificultad, en nuestro caso, es que en un Estado híper presidencialista, como el que diseñó la Constitución de 2008, los límites reales al ejercicio del poder, en la práctica, son difusos, al punto que la República ha pasado a ser un concepto vaporoso, indeterminado y susceptible de interpretación, una especie de mención vacía. Una República de palabras.
3.- La concentración de poder.- Característica fundamental del sistema republicano es la división efectiva de las Funciones de Estado, y la existencia de un sistema de pesos y contrapesos, bajo el concepto de que no hay función superior a las demás. La idea moderna de República nació, precisamente, en contra del absolutismo concentrador de poderes, contra de la injerencia del “soberano” sobre los jueces, contra de la ausencia de fiscalización, y contra de la dependencia de las asambleas respecto de un solo sujeto con poder.
Desde esa perspectiva, el populismo que concentra poderes y que neutraliza, en la práctica, la división de funciones, es una sui géneris regresión a los tiempos anteriores a las repúblicas liberales. Y, precisamente por serlo, en lugar de fortalecer las instituciones, las deteriora, obscurece los límites del poder, elimina la alternabilidad y procura la prolongación del régimen. En lugar de sustentar el imperio de la ley como principio rector de la acción pública, el populista asume para sí potestades legislativas, ya sea por delegación, ya por adecuación del ordenamiento legal a sus proyectos, a través de legislaturas carentes de independencia.
En el Ecuador, se ha extendido la delegación legislativa a favor del Ejecutivo; se han potenciado los poderes reglamentarios (basta leer algunas reformas legales), y se ha propiciado el régimen de políticas públicas, cuya fortaleza es de tal naturaleza que, según la Constitución (Art. 148), la desobediencia a los planes de gobierno que tales políticas inspiran, puede servir de fundamento para aplicar la “muerte cruzada”.
4.- ¿Se puede construir una república?.- Una reforma política, si quiere trascender, no debería perder de vista que la tarea de reconstruir el Estado de Derecho debe hacerse a partir de un diagnóstico objetivo de la situación de las instituciones, y a partir de la consideración de la índole de la Constitución y del ordenamiento legal, que salvo excepciones puntuales, no fortalecen a la República como idea y forma de convivencia política.