Jamás imaginé el alcance que tendría mi anterior columna ‘Todos y todas’. Por eso, me permito continuar, una vez más, porque salieron nuevos argumentos. Algunos no compartieron la idea central, defienden un español en permanente evolución, especialmente en el uso de los géneros; también creen que nuestro idioma no está estancado y que el signo @ facilita la comunicación, ahorra espacio en la escritura. Los más radicales, criticaron sin contemplaciones a quienes desfiguran el idioma con sus discursos “incluyentes”.
Uno de los diarios que más ha profundizado en este debate es El País de España. La escritora y filóloga Elia Barceló aportó este ejemplo: “Si yo digo ‘iremos todas juntas’, está claro que solo vamos mujeres. En cuanto hay un varón, aunque tenga dos días de vida, el uso exige que digamos ‘todos juntos’. No vamos a entrar en la historia de la lengua ni en otro tipo de razonamientos lingüísticos que justifican el que se haya llegado a esa situación, pero el que algo haya sido consagrado por el uso no lo convierte en sagrado e intocable. Si cambia la mentalidad, ¿por qué no va a cambiar la lengua?”.
Javier Marías, escritor y miembro de la Real Academia Española, autor de varios libros, ganador de una infinidad de premios mundiales y españoles, defensor a ultranza del lenguaje, se enfrentó a los que él denomina farsantes del idioma, pandilla de estafadores, melindrosos, acomplejados. La lista de adjetivos que emplea es larga. Sin embargo, lo sensacional de su artículo escrito en Letras Libres es el ejemplo dirigido a quienes nunca dejan de lado el género femenino. Todas las lenguas tienden a economizar, a ser útiles, rápidas. Son un instrumento para comunicarse con la mayor celeridad y precisión posibles, sostiene el escritor para justificar su (mal) ejemplo: “Los ciudadanos españoles y las ciudadanas españolas estamos hartos y hartas de pedir a nuestros y nuestras gobernantes y gobernantas que se ocupen de los niños y las niñas inmigrados e inmigradas, que llegan recién nacidos y nacidas, famélicos y famélicas, desnudos y desnudas, sin dónde caerse muertos y muertas. Nuestros y nuestras políticos y políticas se ven incapacitados e incapacitadas para afrontar el problema, temerosos y temerosas de que…”.
En un artículo titulado ‘Cursilerías lingüísticas’, Marías remata: “La lengua no se cambia por decreto o porque lo desee un determinado grupo social, ni siquiera la cambia el diccionario, que se limita a registrar los términos que le parecen suficientemente instalados en el uso y habla de los ciudadanos; el habla es lo más libre que hay después del pensamiento, y es inadmisible que nadie intente coartarla o restringirla según sus gustos o su hipersensibilidad”.
Con un poco de sentido común esta polémica no debería existir, pero ahí está y se quedó.