Poco dijo la prensa de la marcha indígena en Guatemala. Salió del Petén hacia su capital, y como la ecuatoriana o la boliviana llamó la atención sobre causas y rechazos, para terminar ganando razón contra sus gobiernos que los niegan. En Guatemala, el derechista y pragmático presidente Pérez sorprendió al terminar en un diálogo. Antes, Panamá, en donde los indígenas tuvieron un temprano reconocimiento, vivió iguales protestas. Estas marchas como las puntuales en Chile y Colombia con causas, protagonistas y protestas idénticas algo dicen más allá de los discursos.
Los hechos indican un regreso no solo de los problemas de pueblos indígenas sino de campesinos. Los conflictos urbanos desplazaron a los rurales, ahora parecen recuperar espacio. Hay renovación de causas y de protagonismo. Calza mal imitar a la derecha de los 60-70 al negar legitimidad a la protesta y descalificarla asociándola con los ecologistas ‘malos’ e intervención externa.
Como ayer, los discursos de moda sirven para captar nuevos temas o justificar necesidades reales, redefiniendo el discurso primero. La ecología es aceptada porque existe amenaza a sus tierras por el deterioro del suelo y de los recursos hídricos, por el uso indebido hecho por todos. Pero es también rechazo a la minería y al petróleo porque son una amenaza a su espacio. Lo ecológico es un modo de proteger su tierra actual o potencial. Pues, hay una demanda de tierra ante una carencia sentida, la tierra de los 60 es ya el minifundio serrano y en la Amazonía avanza este proceso. Muchos quieren la tierra colectiva o más tierra. La protección colectiva de la tierra es, a su vez, necesidad ante la amenaza a su cultura debido a la urbanización creciente de sus jóvenes. Lo que está en juego es su pervivencia como pueblo. Petróleo y minas son una disputa de espacios, además, aún con las bondades de una extracción técnica, los impactos negativos son enormes; se entiende que haya gente que se vea amenazada. Pero el conflicto crecerá, ante los potentes justificativos para tener energía, metales y dinero, y que la sociedad calle.
La gente del campo se interroga ahora sobre el espacio del campesino. Mas allá del discurso campesinista o sobre la autonomía alimentaria, las tendencias vuelven incierta su situación. Difícil definir una situación campesina con menos tierra (para más hijos) que se integra al mundo urbano; lo citadino también llegó al campo, lo que significa más necesidades; y más trabajos urbanos para vivir. Esta nueva ruralidad es una imprecisa condición; requiere soluciones. Si el campesino pide más tierra y atención es comprensible, la sociedad debe definir opciones en el interés general, no negarse a enfrentar estos desafíos.