Algunos luchamos por un mínimo de coherencia, movidos por la idea de no terminar siendo a los 70 todo lo que repudiamos a los 20.
Hay una cuota de rebeldía que es inherente a la dignidad, y un realismo que deambula entre la necesidad y la madurez. En la juventud asignamos a las ideas una fuerza que las convertía en dueñas de las propias vidas. Luego, el poder las fue carcomiendo y en demasiados casos terminaron sirviendo para justificar conductas y amoldarse a designios ajenos.
Es hora de superar al peronismo, asumiendo sus aportes y ubicándolo en la complejidad de sus tiempos sin confundirlos con las facilidades del presente. Resulta triste, casi patético, que quienes profesan la obediencia absoluta a las palabras de la Presidenta encarnen tanta liviandad y dureza para cuestionar la conducta de nuestro fundador. Como si la valentía sobrara para enfrentar a los muertos que carecen de defensa y los silencios se impusieran como lealtades necesarias en los favores del poder.
Hay un respetable pasado que fue la construcción de los humildes, de quienes llenaban las plazas sin necesidad de que nadie los convocara. Esa historia merece el respeto de los que se sumaron en los 70, optaron por la violencia, y consideran que con solo mentar al nefasto López Rega se liberan de los errores que cometieron y que tanto retroceso nos costaron como nación.
En lo personal, me molesta el papel de defensor de una causa anclada en el pasado, pero más me duele que se la utilice como chivo expiatorio, cuando sin duda es el pedazo de historia del que más elementos tenemos para rescatar. No ejerzo esta crítica con otro sentido que el de entender que se eligió un camino equivocado y de transitar por un proceso que lleva a la frustración.
El Gobierno otorga un espacio de poder a sectores progresistas y de izquierda que están agradecidos y no esperaban esa consideración. Pero no son esos grupos y sus propuestas las que dirigen el rumbo político; solo defienden un supuesto modelo que así como los integra a ellos deja fuera a más necesitados. Y sustituir al sindicalismo y a los cuadros peronistas por unos que nunca fueron votados no es superación, sino retroceso.
Tomar a sectores triunfantes en las recientes elecciones, propios y ajenos, como enemigos de derechas e intentar a tan poco tiempo agredirlos para debilitarlos es fruto de una demencia más cercana al suicidio que a la revolución.
Se siembran odios mientras se sostienen personajes y gobernadores, que actúan de leales a todos los poderes ya que solo los seduce la renta de los cargos. Con grandeza y humildad se puede gobernar y trascender; con fanatismos y rencores, solo encarar el camino de una nueva frustración.
Es hora de enfrentar el enemigo de nuestra propia limitación; es el único responsable de nuestra impotencia. Lo demás son excusas que ya no convencen a nadie.
La Nación, GDA, Argentina