Columnista Invitado
Viejo y repetido el refrán “si así llueve, que no escampe” expresión metafórica de un sorpresivo e inesperado suceso aceptado con incredulidad y beneplácito, con la esperanza que, una vez presentado, sea definitivo y no fugaz.
El concierto social ecuatoriano ha vivido una década de engaño, sofismas, falsedades, agresiones, temor y corrupción. Se mal utilizaron los mayores ingresos económicos de la historia y se acumularon denuncias de frecuentes actos de deshonestidad. Se trató de acallar a la prensa, a los medios de comunicación y al periodismo investigativo; se judicializó a legisladores, periodistas y ciudadanos que denunciaron actos de corrupción. Se crearon estructuras destinadas a devaluar las investigaciones de esos sucesos ilegales y se dispuso de una asamblea que no cumplió con su obligación de fiscalizar. De manera contraproducente altas autoridades no investigaron a funcionarios y exfuncionarios supuestamente responsables de algunos actos cuestionables y consiguieron apaciguar la tradicional rebeldía del pueblo quiteño que, timado, no ha captado la severidad de las incorrecciones mucho más superlativas que aquellas que en tiempos pretéritos generaron la gran indignación colectiva, que concluyó con la destitución de gobernantes que también hollaron e irrespetaron “la majestad” de la primera magistratura.
Inesperadamente, cuando el país contemplaba inseguro el cambio de mando presidencial, el nuevo mandatario analizó varios temas con un estilo cálido y tranquilizador, traslució paz, deseo de combatir la corrupción, de mantener un diálogo abierto y no confrontar con los medios; surgió una sensación esperanzadora y un murmullo colectivo …“ si así llueve, que no escampe”
De repente el ambiente se conmocionó, se develaron por primera vez nombres de las refundidas listas de los sobornados por Odebrecht, empresa ejecutora de grandes obras de ingeniería y de bochornosas coimas a personajes que han permitido que la codicia y el amor al dinero superen al amor y el respeto a la patria. La opinión pública aplaudió estas primeras decisiones, pero se desencantó cuando se enteró que, por decreto ejecutivo, se integró un frente de transparencia con elementales atribuciones administrativas, constituido con personas que, habiendo servido al gobierno anterior, carecen de independencia. Si existe una Comisión de Control Cívico Anticorrupción, nominada por las organizaciones sociales, estructurada con miembros de límpida trayectoria, cuya libre y difícil gestión ha sido reconocida y admirada, se esperaría su ratificación para que la entereza presidencial del combate al delito se fortalezca y complemente el anhelado cambio que ilusiona en la certeza que seriedad, respeto, corrección y paz, no son ofertas efímeras, si no el inicio de un auspicioso gobierno.