Esta semana Isabel II acaba de ejercer una de las últimas prerrogativas que le quedan: llamó hasta su enorme palacio de Londres al Jefe del partido conservador, David Cameron, que ganara con mayoría relativa las elecciones de diputados de la Cámara de los Comunes, y le confió el cargo de Primer Ministro para que escogiera a los integrantes del nuevo Gabinete, el cual gobernará el Reino Unido. Previamente el jefe laborista, Gordon Brown, había presentado su renuncia.
De inmediato los analistas se dieron a enumerar las más notorias originalidades del flamante régimen. Una es que pone fin a 13 años de predominio sumamente discutido, del principal partido rival. Otra, es que Cameron resulta el más joven ‘Premier’ desde hace unos 200 años; también aquella de que se trata de un gobierno de coalición, para obtener el decisivo apoyo de los demócratas liberales, quienes con el bloque de solo 57 diputados, se convirtieron en elemento clave para inclinar la balanza hacia uno u otro lado de sus dos gigantescos rivales.
De todos modos el liberal Nick Cleggy, es personaje del que no cabe olvidarse, y junto con Cameron, ha dicho que quieren dejar a un lado las diferencias entre sus partidos “y trabajar duro por el bien común y el interés nacional”
Cameron ha recalcado: “Creo que es la manera correcta de brindar a este país el gobierno fuerte, estable, bueno y decente que tanto necesitamos”.
Por supuesto que todo el ‘cambio’ se ha dado contra el telón de fondo de un sistema poco comprensible para la gente de otras latitudes, y al que los especialistas llaman “monarquía limitada” o monarquía constitucional”.
De hecho sus antecedentes se remontan hasta una época tan lejana como el 1215, cuando los señores de la nobleza y los dignatarios eclesiásticos opusieron exitosamente una valla contra las pretensiones abusivas de la corona. El documento se llama desde entonces la “Carta Magna”.
Muchísimos otros episodios de variado signo ocurrieron los años posteriores, pero otro documento, la “Declaración de Derechos” el 1689 se reconoce como el que delineó las grandes tesis del “Parlamentarismo” inglés ordenando que el rey no pudiera crear impuestos ni expedir o reformar leyes, sin la aprobación del congreso.
Curiosamente a la muerte de la reina Ana -1714- sin descendientes directos, el sistema recibió su espaldarazo definitivo, pues unos lejanos parientes, los Hannover, se despreocuparon de los asuntos británicos y se dedicaron a cuestiones de su territorio alemán, lo que permitió la plena operación del mecanismo escogido.
Se lo resume como que la reina, reina – encarna la unidad del país-, pero no gobierna, tarea que se confía al Primer Ministro, para lo que llamamos la política y también la administración. ¡Eso es justamente lo que acaba de suceder en Londres!