Reflexionando la academia

Daniela Salazar en su primera columna de 4pelagatos.com puso a debate el rol de la academia en el quehacer nacional. De hecho, su columna se llama ‘SOS Academia’ porque hace un llamado a que no se olvide de “su rol crítico como catalizadora de cambio y transformación social”. 
Y entiendo su punto.

Muchas voces en el país, en especial periodistas, han reclamado estos nueve años diciendo ¿dónde está la academia criticando o señalando rutas de salida? Pero también quiero recordar que si algo nos metió en el problema en el que estamos es precisamente la presión que siempre ha existido de una universidad activista con respuestas inmediatas.

Y si algo de bueno ha resultado de estos nueve años de correísmo, es ese baño de verdad que todos necesitábamos sobre lo que verdaderamente significa ser académico.


Un académico es aquel que está dedicado a la búsqueda del conocimiento y a compartirlo, en un esfuerzo incesante por mejorar e incrementar las certezas sobre lo que cree conocer. Por estas razones, un académico tiene más preguntas que respuestas, más dudas que certezas, más problemas que soluciones hechas.

Por principio no cree en “la verdad” y -hablando de ciencias sociales donde está incluida la economía- sabe que las perspectivas desde la que se miren los datos pueden cambiar dramáticamente los resultados obtenidos.
Dicho esto, es claro que en Ecuador ha habido tres tipos de participantes que se han autotitulado como académicos en ciencias sociales: el profesor universitario típico, comprometido con su trabajo, pero sin ningún afán de publicar o incursionar en investigación científica.

El segundo, el intelectual público que ha participado y participa activamente en debates públicos y que alterna sus clases universitarias con alguna participación política, sea partidista o no. Este grupo, siempre desde una posición ideológica clara, seguro tenía múltiples libros a su haber, pero que –como decía el gran Manuel Chiriboga- solo ahondaban la tradición ensayística ecuatoriana, sin llegar a ser propiamente académicos.

Sobra decir que este Gobierno nació de este grupo. Y hay un tercero, mucho más reciente en la historia, que apostaba por ser académico en el sentido global del término. Este último no es un camino fácil ni rápido. Y uno o más títulos no hacen el milagro.

En estos años fuera, he aprendido que han un largo camino a recorrer para llegar al tercer tipo.
Contrario a lo que piensa el correísmo, no creo que se pueda ni se deba cambiar esta realidad a la mala o por súbita imposición.

Siempre habrá personas que se enlisten en cualquiera de los tres tipos anteriores y no está mal que así sea. No obstante, lo realmente revolucionario sería que seamos coherentes con lo que somos y desde allí contribuyamos al país con lo que podemos, empezando por dejar de mentirnos. Peor aún con la autonomía universitaria puesta bajo sitio permanente por caprichos de quienes se decían (¿se dicen?) académicos.

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