Aunque la postura del no acaba de triunfar en Escocia, alejando de momento una posible separación de este país del Reino Unido, los vientos de secesionismo en Europa siguen latentes.
Desde 1945 se han celebrado casi 900 referéndums en Europa (más de la mitad en Suiza). Por lo tanto, lo ocurrido en Escocia no es algo excepcional.
En algunos casos estos referéndums se han convertido en un instrumento válido de democracia participativa para debatir los pros y contras de la pertenencia a una instancia nacional o supranacional. En otros, han sido utilizados por parte de partidos políticos o grupos de poder para el logro de fines e intereses específicos.
Incluso se ha llegado a simplificar temas que de por sí son complejos. Estos, antes de ser sometidos a un referéndum, deberían debatirse de manera amplia, poniendo énfasis en las repercusiones que puede tener a corto, mediano y largo plazos.
En el caso de Escocia da la impresión que el ciudadano medio ha sopesado el efecto de una posible separación del Reino Unido. Aunque, por un lado, ha aflorado su profunda voluntad de autogobierno, por otro, han pesado los ofrecimientos el primer ministro Británico, David Cameron, de cumplir sus compromisos e ir a un proceso de federalización.
En España, por ejemplo, hay disconformidad. Una parte de vascos y catalanes no quieren seguir siendo parte de un Estado Nacional que, pese a los beneficios que esto le pudo traer en las últimas tres décadas, viene a ser un problema más que un beneficio.
En una encuesta realizada por el Centro de Estudios de Opinión (CEO) de la Generalitat de Cataluña sobre el trato que reciben los catalanes de parte del Estado español señala que el 21,9% está conforme y el 73,2% se muestra bastante o totalmente en insatisfecho.
De igual modo, el 37,4% se considera tan catalán como español, un 26,1% más catalán, el 24,1% solo catalán y apenas el 2,87% se define como más español. Lo que es más, este estudio del CEO concluye que el 87,6% de los catalanes aceptaría el resultado de la consulta para decidir si Cataluña sigue en España o pasa a convertirse en un nuevo Estado de Europa.
Pese a que los referéndums han sido considerados como la “máxima expresión de la democracia”, si estos continúan, ponen en riesgo los cimientos del proyecto de cada nación e incluso de la Unión Europea. En ese sentido vale la pena preguntarse si estas manifestaciones no son tan legítimas por los intereses políticos y económicos que hay de por medio o si traen consigo profundos cuestionamientos al modelo de Estado y al proceso mismo de integración supranacional llamado Unión Europea.
¿Cuán vigente está el lema de una Europa unida, fuerte y próspera? ¿La crisis económica ha puesto en duda el sueño de una Europa unida? ¿El esquema institucional centralizado en Bruselas necesita ser revisado? ¿Estos referéndums no son el síntoma de problemas más profundos?
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