La segunda pregunta del referéndum y consulta popular que se realizará el próximo 4 de febrero hace referencia a la reelección indefinida.
Más allá de las posturas políticas que puedan existir, es decir, entre quienes han tomado esta pregunta como medio para sancionar o premiar al ex presidente Rafael Correa, hay motivos “técnico-jurídicos” que pueden llevarnos a estar de acuerdo o no con la reelección indefinida.
Como en todo proceso de diseño o ingeniería institucional (tomo el término usado por Giovanni Sartori), donde cada aspecto equivale al engranaje de una máquina, la reelección indefinida no puede catalogarse como buena o mala. Al igual que la duración del mandato de las autoridades de elección popular, del método de asignación de escaños o del tipo de votación (por listas o entre listas), la reelección indefinida cumple una función específica. De ahí que en ciertos países exista y en otros esté prohibida en las cartas constitucionales.
En América Latina, existe reelección indefinida únicamente en Venezuela, Ecuador y Nicaragua; reelección inmediata (una sola vez al término del mandato) en Argentina, Bolivia, Brasil y República Dominicana; reelección alterna (luego de que haya pasado un periodo) en Chile, Costa Rica, El Salvador, Panamá, Perú y Uruguay, y; reelección prohibida en México, Honduras, Guatemala, Colombia y Paraguay.
Esto ha cambiado recientemente en Bolivia, país en el cual, pese a que en el 2016 la mayoría de la población rechazó en las urnas la reelección indefinida, Evo Morales, a través de la injerencia en el Tribunal Constitucional, podrá presentarse nuevamente para las elecciones del 2019.
Curiosamente, en los países que tienen “reelección alterna” los índices de “calidad de la democracia” son más altos. Me refiero a Chile, Costa Rica y Uruguay. En Chile, por ejemplo, el Art. 25 de su Constitución dice: “(…) el Presidente de la República durará en el ejercicio de sus funciones por el término de cuatro años y no podrá ser reelegido para el período siguiente”.
Sin embargo, en países que han atravesado por severas crisis políticas provocadas por líderes populistas y caudillos, la reelección indefinida se convirtió en un instrumento fundamental para concentrar y prolongarse en el poder y, en ciertos casos, para el abuso y el destape de la corrupción. Iconos en la historia política de América Latina están los mandatos de Juan Domingo Perón (Argentina), Getulio Vargas (Brasil) y Velasco Ibarra (Ecuador). Más recientemente, desde el retorno a la democracia, Alberto Fujimori (Perú), Carlos Menem (Argentina), Fernando H. Cardoso (Brasil), Leonel Fernández (República Dominicana), Hugo Chávez (Venezuela), Daniel Ortega (Nicaragua) y Rafael Correa (Ecuador).
Lo que debería estar en juego no es tanto el derecho (aspiración) que tienen los políticos de reelegirse indefinidamente sino el de los ciudadanos a tener más democracia y mayor control sobre sus gobernantes.
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