De esas penas que a uno le duele el corazón el fallecimiento de Miguel Márquez. Una amistad de más de media vida con el médico cuencano que un día apareció en Quito para hacerse cargo de la Secretaría Ejecutiva de la Asociación de Facultades Ecuatorianas de Medicina (Afeme). Ya con familia, llegaba a un ambiente desconocido a enfrentarse a los desafíos que suponía poner en marcha un organismo del que se esperaba prodigios partiendo de cero. Vino a verme con la recomendación de su hermano Rómulo, mi condiscípulo en el tercer curso del Colegio Borja de Cuenca y con quien mantenía relación pese a los años transcurridos.
Conforme le fui tratando iba descubriendo en Miguel cualidades poco frecuentes: incansable en el trabajo, siempre cálido y optimista, con ese su gesto inolvidable del conspirador que compromete voluntades y lealtades. Fue quien dirigió Afeme en su época de oro. Eran también los tiempos luminosos de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) cuando su titular Abraham Horwitz iba reclutando en los países del continente lo más valioso de quienes se habían comprometido con la salud pública, Miguel Márquez entre ellos.
En Washington, en la sede de la OPS el Dr. Márquez hizo carrera y se le vio ascender a puestos de dirección. Fue cuando, por sus gestiones y empeños, los ecuatorianos también existíamos para ser tomados en cuenta como asesores en misiones de importancia en los países americanos. Hasta entonces, tan solo a chilenos, argentinos y colombianos se los veía por todas partes. Fue el inicio de la presencia ecuatoriana, en la proporción que nos correspondía, en un organismo continental de prestigio. La clase médica y el Gobierno de su país reconocieron sus méritos: fue elegido uno de los cinco Héroes de la Salud Pública de Ecuador.
Debieron darse razonamientos que no se me escapan y circunstancias que desconozco las que le llevaron a Miguel Márquez a constituirse en la figura destacada de una posición de izquierda en las filas de la OPS. Cuando el triunfo de la revolución sandinista el Dr. Márquez pasó a ser el representante de la OPS en Nicaragua, país devastado por una guerra civil, epílogo de un régimen de oprobio como fue el de los Somoza. La labor desplegada por el ecuatoriano Dr. Márquez llegó a constituirse en un paradigma, reconocido por todos. A poco del triunfo de la revolución, fui invitado por Miguel a que palpara la realidad nicaragüense.
También como representante de la OPS el Dr. Márquez pasó a Cuba hasta su jubilación y ahí se quedó, apreciado y respetado. Generoso hasta no más: su casa, la de los ecuatorianos que pasaban por La Habana.
Con Edmundo Rivadeneira y Reinaldo Miño, Miguel Márquez de aquellos amigos del alma, inolvidables, en los que más allá de las diferencias ideológicas se imponen los afectos y los respetos.