Redoble por Guillermo Acosta

Debo sumarme a quienes vieron en el Dr. Guillermo Acosta Velasco un ciudadano de bien; un médico que como experto cirujano hizo del ejercicio de su profesión una cátedra de ética al servicio de los más necesitados, los pacientes del Hospital Eugenio Espejo, en el que trabajó hasta su jubilación.

El muy ilustre maestro Dr. Carlos Bustamante Pérez, jefe del Servicio de Cirugía del mencionado hospital público, dirigía personalmente las salas 3A y 3B y era famoso porque nadie como él operaba los tumores de la glándula tiroides. Una vez que había retornado al país como endocrinólogo y en la Escuela Politécnica Nacional utilizaba técnicas con yodo radiactivo aplicables a los diagnósticos topográfico-funcionales de la tiroides, el Dr. Bustamante me invitó a que colaborara con él. Es así como le conocí al Dr. Acosta Velasco, quien era uno de los cirujanos ayudantes del profesor Bustamante. No tengo palabras para agradecerle a Guillermo: desde el comienzo ponderó con entusiasmo mi colaboración, con una generosidad sin límites y a contracorriente de quienes se manifestaban reacios a modificar sus conductas clínico-quirúrgicas. Así comenzó mi amistad con Guillermo y el respeto que me merecía su ejercicio profesional.

Con tales cirujanos y el concurso del gran patólogo Dr. Jaime Rivadeneira formamos un equipo de buen nivel. Los primeros resultados fueron presentados en el V Congreso Médico Nacional que tuvo lugar en Quito en 1961, con el título “La cirugía tiroidea en el Hospital Eugenio Espejo”. A partir de entonces con Guillermo se nos dio por asistir a las Jornadas de la Asociación Médica Panamericana, Capítulo de Guayaquil, en las que presentábamos los resultados de nuestras experiencias. Los viajes de ida y vuelta eran las ocasiones en las que más y más le iba conociendo a mi admirado y querido amigo.

En la Historia de la Cirugía en el Ecuador que está por escribirse, en un capítulo dedicado a la glándula tiroides, constarán los nombres de quienes más se distinguieron: Carlos Bustamante, Guillermo Acosta Velasco, José Tohme, Ernesto Gándara, tanto por sus méritos profesionales como por sus cualidades humanas. Hombres íntegros aquellos colegas: honraron a la clase médica de nuestro país.

A Guillermo Acosa Velasco también se le recordará por ese su aire de caballero ligeramente anticuado, de sonrisa fácil, de opiniones discretamente enfáticas y que se justificaban porque respondían a las conductas sin tacha de toda una estirpe. Con su hermano Alfonso, el jesuita, mantenía largas conversaciones.

Debo creer que sobre temas, entre otros, que resultaban ser aproximaciones a los arcanos de la condición humana y por ello, Guillermo fue el más generoso de los amigos, el que justificaba las limitaciones y las ideas a veces contrapuestas de sus amigos.

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