La información es poder. Eso lo saben los políticos y los mercaderes desde hace rato. Pero el poder, más allá de los contenidos de las noticias y de los comentarios que por libres y diversos enriquecen, no está en aquello que se publica en los grandes medios, que hoy pugnan en la vorágine de la confusión y la severa amenaza a la credibilidad y el prestigio imbuida por el ‘info-entretenimiento’ y las famosas redes sociales.
Por las redes circulan cosas maravillosas y también toneladas de basura. Por las redes fluyen, como en el torrente sanguíneo el pulso vital de la humanidad, las campañas de desprestigio y calumnia de los trolls.
Las redes sociales y los instrumentos que están al servicio del mundo llevan consigo el germen inoculado. Una vez más el ser humano es víctima de su propio invento.
Ramón Lobo explica en El Periódico en un artículo titulado ‘Gran hermano en las redes sociales’ algo del debate de estos días.
Ya lo habían cantado como admonición el espionaje de WikiLeaks, mientras el pirata informático convertido en ‘héroe’ es ‘prisionero’ en la embajada del Ecuador en Londres. O el señor Snowden, quien recibió un salvoconducto de esa misma embajada para ir a Rusia una vez que reveló la trama del espionaje a millones de llamadas telefónicas y datos en Estados Unidos.
En verdad no hay nada nuevo bajo el sol cuando ‘descubrimos’ que Cambridge Analityca maneja datos y los vende para las campañas políticas. Es con nuestra ingenuidad o autorización expresa que entregamos a Facebook, Twitter o los chats nuestra información sobre tendencias, preferencias, gustos, opiniones políticas, música y libros.
La información que puede ser usada en nombre de la seguridad nacional y espiarnos con los ‘ojos de águila’ para evitar el crimen y los ataques terroristas también nos marca a presión.
La intimidad ya no nos pertenece, estamos vigilados, lo saben la política y el mercadeo y me temo que lo controlan.