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En los relatos sobre la niña Mary Ellen Wilson, no existe acuerdo sobre su edad, algunos sostienen que tenía 8, otros 9 y unos pocos, 10 años. Discrepan sobre la forma en que la trabajadora social Etta Agnell Wheeller conoció el caso. Dicen que era su vecina y por ello escuchaba todos los días el llanto de la niña.
Otros afirman que fue una tercera persona la que contó sobre los lamentos que escuchaba. Estos detalles se tornaron poco importantes cuando al ingresar a la casa donde vivía Mary Ellen, descubrieron el terrible estado en el que se encontraba: atada a una cama, desfigurada por las heridas que le había hecho su madre con una tijera, golpeada y extremadamente desnutrida.
Etta presentó la denuncia y las autoridades no pudieron hacer nada. Jueces y policías le dijeron que no existían normas que prohibieran o castigaran el abuso de parte de los padres o cuidadores; corría el año 1874 y en el estado de Nueva York (como sucedía en todo el mundo) la ley consideraba a los niños una propiedad de los adultos.
A punto de rendirse, la trabajadora social conoció al fundador de la Sociedad para la prevención de la crueldad contra los animales, Henry Bergh, quien le propuso usar las mismas normas que protegían a los animales para resguardar a Mary Ellen con un argumento simple: ella es parte del reino animal y por tanto podía ser amparada por las mismas reglas. Los jueces aceptaron esa alegación, su madre fue condenada a un año de cárcel y la niña finalmente fue entregada bajo la custodia de su protectora.
Este es el primer caso documentado de intervención estatal para proteger a una víctima de maltrato y sirve como el mejor ejemplo de una idea dominante a lo largo de la historia de la humanidad, algo que Aristóteles resumía así: “Un hijo es propiedad de los padres y nada de lo que se hace con lo que es propio es injusto”.
Poco a poco se ha abandonado esta idea y en la actualidad no existe duda de que niñas, niños y adolescentes son titulares de todos los derechos humanos además de los específicos de su edad, que los adultos somos responsables de su crianza y educación, de guiarles en el ejercicio de los derechos, pero en caso alguno podemos tratarlos como objetos de nuestra propiedad.
Esto que nos parece tan obvio solo se convirtió en universal gracias a la Convención sobre los Derechos del Niño, el instrumento de derechos humanos más ratificado de la historia de la humanidad; el 20 de noviembre se conmemoró el vigésimo quinto aniversario de su aprobación por parte de las Naciones Unidas. Este es un evento que debería servir para recordarnos los avances que se han dado, pero principalmente para identificar los muchos pendientes que tenemos con niños y niñas, por ejemplo la necesidad de prohibir el castigo corporal en el hogar o subir la edad mínima para el matrimonio. Parecerá poco pero, como sucedió con Mary Ellen, esto puede marcar la diferencia para muchas vidas.