¡Reclamar al orate!

Subes a un bus urbano y comienza un martirio. Si eres niño, de la tercera edad o estás enfermo, corres el riesgo de accidentarte al entrar o salir de la unidad, por lo altura exagerada (¿40 cm?) del primer escalón de las puertas. Muchas personas al bajar se han caído, fracturándose, o incluso han estado al borde de que el bus les pase encima.

Dentro del bus, soportas arranques bruscos, frenazos que te pueden llevar al suelo violentamente. Si logras conseguir un asiento tienes alguna comodidad, si no, los músculos aguantan el vértigo del viaje, mientras experimentas apretujones, olores y la estridente música, generalmente reggaetón, que sale por los parlantes, de donde se derraman también las risotadas lujuriosas de algunos locutores y locutoras, de las radios de “moda”, a propósito de algún mal chiste morboso.

El bus va a la velocidad que le viene en gana al chofer. Se arrima con tiempo indefinido en alguna parada estratégica, o acelera brutalmente compitiendo con algún colega que le “roba” clientes. “Oiga, señor chofer, no corra mucho”, dice algún pasajero consciente. Los demás, la mayoría, callados. Entonces, el envalentonado conductor responde: “Si no le gusta, tome un taxi”. Entonces el pasajero que reclama, algo contesta, y en la próxima parada se baja, sin el apoyo de sus compañeros de viaje. Mientras, afuera, en la calle, los agentes municipales, encargados de controlar, no hacen ni dice nada. El transporte interprovincial es peor. Aquí la irresponsabilidad de los conductores, de las cooperativas y autoridades, escala a niveles demenciales. Deja miles de muertos en las vías.

El transporte, urbano e interprovincial, es un microcosmos, reflejo del país. Cada vez más, territorio de nadie. Autoridades ignorantes del tema, irrespeto a la ley, falta de controles, carencia de políticas públicas acertadas, corrupción, cursos de manejo fraudulentos, tráfico de licencias. Mayor debilidad del Estado (luego de 10 años de autoritarismo centralista), arbitrariedad de la empresa (cooperativas, choferes y dueños de unidades) e incapacidad de reclamo de la sociedad.

Muchos correctivos se requieren para un estupendo transporte público, adaptarse para servir a los seres humanos, en particular, a los niños y niñas, a la tercera edad. Leyes y sanciones más severas, controles efectivos, capacitación para choferes, policías y peatones. ¡Mejor Estado! ¡Mejor sociedad civil! ¡Corresponsabilidad diferenciada!

¿Cómo penetrar en la mente suicida o asesina de una persona que se sienta frente a un volante? ¿Cómo activar al usuario de un bus para que ejerza su derecho a reclamar al orate que vuela en las carreteras? Posiblemente la respuesta está en la educación permanente, en escuelas, familias y medios, que enseñen a amar la vida y a respetar a los demás.

mluna@elcomercio.org

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