En rebuznando yo…

Y pues todo sigue igual, y habrá sobremesa para rato y, sobre todo, el Quijote es eterno, sigamos nuestro cuento, que hay aún un capítulo que completa el que contamos.

Don Quijote, en su andanza por las riberas del Ebro "al subir una loma oyó gran rumor de atambores, trompetas y arcabuces"… y vio al pie a hombres armados y dispuestos, y banderas y colores y empresas -que es como decir hoy, uno de esos carteles que atiborran nuestra atmósfera exterior e interior ¡ay!, con sus miradas dulces y sonrisas falsísimas-… La "empresa" que vio el Caballero de la Triste Figura llevaba pintado un asno, la cabeza levantada, la boca abierta y la lengua fuera, como si rebuznara; era la divisa con la que el pueblo del rebuzno quería burlar a sus vecinos burladores. Viendo don Quijote que empezaría la pelea, se metió en medio de los del estandarte del asno y esgrimiendo el arma de la palabra que tan bien conocía, les exhortó a que renunciaran a luchar, pues solo la defensa de la honra, la de la fe y la vida excusan, según él, nuestra lucha… (Honra y fe, palabras sobre las que bien valdría esbozar nuestros sueños). Y sigue: "pero tomar venganza por niñerías y por cosa de risa y pasatiempo" está fuera de todo discurso razonable… Admirando Sancho las razones de su amo, toma la palabra y recuerda que su señor don Quijote es hidalgo que sabe latín y romance, y merece que se dejen llevar por lo que él dijere, porque es necedad correrse por oír un rebuzno. Pero, a la vez, entusiasmado con su propio hablar, recuerda que cuando muchacho rebuznaba tan bien, que "en rebuznando yo, rebuznaban todos los asnos del pueblo". Y, para que constara el primor de su habilidad, se puso a rebuznar.

Tomar los del pueblo del rebuzno el de Sancho por ofensa intolerable fue todo uno, y el escudero salió del lance apaleado; pero los del pueblo ofendido, que es lo que vale más, al no haber salido a la batalla sus contrarios volvieron a su pueblo "regocijados y alegres". Y Cervantes termina, con una sonrisa: "y si ellos supieran la costumbre antigua de los griegos, levantaran en aquel lugar y sitio un trofeo".

¡Ay, y nosotros llenamos de rebuznos y trofeos la vida! Porque quien más, quien menos, y sin metáfora, rebuznamos también. Pero hacerlo para nosotros mismos, discreta y razonablemente, es muy distinto de hacerlo cuando estamos arriba, en el tablado.

Podemos, como el mismísimo Sancho, presumir de concitar, con el nuestro, los rebuznos de asnos aldeanos, pero en este juego tendremos las de perder, pues los rebuznos emitidos desde el escenario, si son agresivos, cínicos o insolentes habrán perdido credibilidad y encenderán rencor y desesperanza en nuestro corazón, no por nostalgia de rebuznos auténticos, sino por hartazgo de imitaciones burdas…

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