Una dimensión de esa influencia imperial pasa por la diseminación de minorías rusas en el amplio espacio que va de Estonia a Kirguistán, y que conforma la frontera cercana en la que Moscú cree debe ejercer asegurada influencia. El número de personas rusoparlantes en Estonia, Letonia, Lituania, Bielorrusia, Ucrania, Georgia, Azerbaiyán, Turkmenistán, Uzbekistán, Tayikistán, Kirguistán y Kazakstán, supera la cifra de 17 millones (en la Federación Rusa viven unos 143 millones de habitantes en más de 17 millones de kilómetros cuadrados). Frente al conocido proceso de declive demográfico ruso, esta extensión poblacional se asemeja a un “soft power” moscovita que importa tener presente para valorar su posición en la región. Es el que, justamente, está activo en los reclamos actuales de la población de Crimea, que mayoritariamente es rusa, y en la estrategia de Putin hoy en esta zona.
Otra dimensión relevante es la presencia militar rusa. En esta década Moscú prevé gastar unos 750 000 millones de dólares en defensa. En 2022, representará 6% de su PBI, cuando en 2005 fue de 3,7%. Aquí el objetivo no es simplemente la frontera cercana como en el caso del “soft power” cultural-lingüístico. Aquí se trata de mantener vigencia en la zona de Europa del Este y de enfrentar la política de seguridad estadounidense que pasa por hacer partícipes de la OTAN a países otrora vinculados a Rusia. En este sentido, el golpe a la soberanía y unidad territorial de Georgia de 2008 puede leerse como una reacción, desde los códigos tradicionales de potencia imperial rusa, a la persistente voluntad estadounidense de inmiscuirse en su espacio geopolítico.
Con estos lentes, la reacción rusa en Ucrania-Crimea puede interpretarse como defensiva. Fue notoria la influencia alemana en el proceso de protestas en Kiev desde fines de 2013. También es evidente que, en su esquema, Putin no puede dejar que florezcan primaveras de los pueblos en su cercana frontera. Porque hoy es Ucrania, mañana Bielorrusia, pasado Tayikistán, y traspasado será en la propia Rusia en donde los pueblos reclamarán por sus derechos democráticos completamente desconocidos por esos gobiernos. La realpolitik de Putin no puede permitir que por exigencias de democratización, caiga como castillo de naipes su zona de influencia imperial.
En temas relevantes, con repercusiones mundiales, Rusia colabora estrechamente con Estados Unidos: en Afganistán y también en las negociaciones nucleares con Irán. En la tragedia siria es imprescindible entender que Moscú no dejará de ninguna forma librado a los intereses de las potencias rivales su estratégico lugar portuario en el Mediterráneo vinculado a ese país.
La actual estrategia rusa en Ucrania no puede entenderse si el análisis se refugia en crítica moral y pierde de vista la convencida cooperación internacional de Moscú en temas claves. La gran Rusia busca en el siglo XXI y desde el ejercicio de su realpolitik internacional conservar su lugar como actor relevante del sistema mundial.